lunes, 17 de abril de 2017

El Bilbao de la luz negra





El reputado fotógrafo Carlos Cánovas no olvida la melancolía que se respiraba cuando los operarios apagaron los dos últimos altos hornos de Sestao: «Me acuerdo nítidamente de la sensación que emanaba del acto, todos compartíamos la impresión de que algo se moría y esa misma idea me acompañó durante el periodo en el que me dediqué a retratar el entorno de la ría». Entre 1993 y 1994 el autor navarro llevó a cabo un preciso registro visual de una urbe a punto de mudar de piel e identidad, de perder su pasado industrial y abrazar el futuro como ciudad de servicios.
Este testigo del declive fabril no echa en falta precisamente las numerosas factorías y almacenes que jalonaban las riberas, sino la atmósfera que envolvía su intensa actividad. «Desapareció aquella luz negra de la que tanto se hablaba y que atravesaba los espacios oscuros de Bilbao, el halo que le confería su identidad sórdida y dramática». La transformación, entonces tan sólo diseñada en los despachos institucionales, se iba a llevar mucho más que el perfil industrial del Nervión. «Pensamos que se fue lo físico y visible, pero, en realidad, creo que lo que más pesaba era de tipo anímico, porque lo que estaba en trance de desaparecer era nada menos que la memoria de varias generaciones».

Cuarenta imágenes extraídas de sus expediciones entre Bilbao y El Abra forman parte de su exposición 'En el tiempo', recién inaugurada en el Museo Universidad de Navarra y que podrá visitarse hasta el próximo 1 de octubre. La serie de la ría es fruto de dos encargos consecutivos que le condujeron a elaborar su particular registro de la decadencia industrial. En 'Ría de Hierro', comisariada por Ramón Esparza, compartió escena con autores como John Davies o Gabriele Basilico, mientras que el colectivo 'Bizkaiari Begira' lo unió a Miguel Sánchez Ostiz en una iniciativa que amalgamaba plástica y literatura bajo la dirección de Leopoldo Zugaza. «He revisado aquel material y las piezas son nuevas copias o instantáneas de ambos proyectos que no se llegaron a mostrar», indica. «Me dijeron que el área iba a cambiar y me pedían un testimonio desde la absoluta libertad de elección».

Grúas sobre aguas turbias
'Paisajes sin retorno' es el título del apartado dedicado al eje industrial vasco dentro de la exposición 'En el tiempo'. Aporta la tercera parte de las obras exhibidas en Pamplona y constituye un hito fundamental, tanto dentro de su periplo creativo como de la fotografía documental realizada en nuestro país. La muestra, comisariada por Juana Arlegui, reúne 130 obras de gran formato y más de la mitad son inéditas. El recorrido comprende seis series fieles a un estilo muy personal que, durante cuatro décadas, ha fijado su interés en las periferias porque, según el autor, «desarrollan mejor la personalidad de cada población». Las víctimas propiciatorias del crecimiento cuantitativo y cualitativo también son las que mejor representan a los habitantes del medio urbano. «En el interior de la ciudad nos lavamos la cara y aquí palpita la vida», apunta. En su opinión, estos lugares de transición demandan, a pesar de su precariedad, su propia estética y poética.
Las grúas se inclinan sobre aguas que se antojaban permanentemente turbias y los densos gases ascienden desde chimeneas que ya sólo perviven en el recuerdo de los adultos. «El encargo fue una feliz coincidencia porque tenía la intención de trabajar en Bilbao», confiesa. «Siempre me había atraído su potencia visual». Aunque reconoce la fascinación que experimentaba por los emblemáticos Altos Hornos, contemplados desde una u otra orilla, el fotógrafo señala que el mayor impacto provino de espacios heterogéneos donde podía encontrar callejones, muros de propósito olvidado y naves víctimas del vandalismo junto a empresas que seguían en activo. «Eran mezclas muy especiales».

El cambio de siglo se llevó consigo esas amalgamas y buena parte de la arquitectura industrial. «Me gusta esa franja indeterminada con edificios nacidos sin vocación de continuidad, lugares que recorremos habitualmente sin reconocerlos porque no los miramos», indica. Entonces, cuando elegía uno de esos objetivos aparentemente triviales, situaba enfrente una cámara de grandes dimensiones que precisaba de un trípode. «Se trataba de un proceso muy lento».
El artista no puede imaginar un testimonio plástico de aquel entorno que no fuera en blanco y negro. «Era el color que mejor los definía», defiende. Ahora duda sobre el abordaje visual que demanda la villa renovada y su actual oferta comercial y cultural. «No quiero juzgar cuál de los tiempos fue mejor, bueno, quizás el presente», admite. «Tampoco sé cómo trataría hoy los mismos escenarios. Quizás recurriría al color, pero debería enfrentarme de nuevo a ellos y, sí, creo que dudaría».

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