HAGAMOS memoria. ¿Recuerda el Reform Club, aquel del que partió Philleas Fogg hacia su Vuelta al Mundo en 80 días, según nos orientó Julio Verne? ¿O el Club Diógenes de Mycroft Holmes, hermano de Sherlock? Si se asoman a la Sociedad bilbaina verán alguna que otra equivalencia. También podemos templar los huesos en aquella primavera de 1894 -un 3 de mayo, a partir de las 10.30 horas, según precisa un periódico de la época, El Noticiero Bilbaino- cuando unos jóvenes atletas del gimnasio Zamacois retaron a los marineros de un buque inglés para un partido de football que ganaron los hijos de la Pérfida Albión, quienes tuvieron la desfachatez de invitar a los perdedores (seis goalsa cero recuerda el breve) a unos pollos asados. Era el primer fútbol, allá por la Campa de los ingleses. Aquel que engrandeció Mr. Pentland y la tradición de su bombín roto.
Y qué decir del recurrir al estilo inglés para vestir, con tiendas de aire britishy sastrerías de corte tradicional y artesana, enfocadas para gentlemansmodernos. A ello se le suman aquellos felices años de la revolución industrial, con un monocultivo industrial basado en los sectores tradicionales de siderurgia, construcción naval y bienes de equipo, todo ello heredero de la tradición ferrona vasca. Era el acero el que se exportaba a Inglaterra.
Es el guiño que no cesa. Tanto que da la tentación de tararear el God save the Queen durante esta lectura. La ciudad está espolvoreada de pubs de cortes británicos, con música en directo -el Residence Café la alterna, además, con la devoción por el rugby y la retransmisión del torneo de las Seis Naciones para una ávida colonia británica- y pintas de cerveza de largo tiro. A ello hay que sumar esa parte importante de la cultura británica que es la BBC, donde sobresale la serie más importante, Doctor Who. En el Almacén Secreto de la calle Libertad, en el Casco Viejo, puedes encontrar merchandisingvariado, de latido inglés.
Sin tener la envergadura del Támesis, la ría de Bilbao es otro de los cauces que hermanan la ciudad con la Citylondinense. No en vano, en 1981 Bilbao revisó una de las tradiciones británicas más relevantes, la regata de Oxford-Cambridge que se disputa con continuidad desde 1856, con las excepciones de los períodos de las dos guerras mundiales. Desde 1981 se celebra cada año en la Ría de Bilbao la regata entre la Universidad de Deusto y la Escuela de Ingenieros, mirándose al espejo de aquella prueba británica.
Subamos a los altos de la ciudad, donde pajarean, desde principios del siglo XX, las bien conocidas como Casas inglesas, allá en Irala. Antes de la ascensión pasemos por el ala oeste de Londres, donde se levanta Notting Hill, un barrio chic y cosmopolita, donde nada es lo que parece, donde todo nada a contracorriente. No por nada, allí se celebra el mayor Carnaval de toda Europa... ¡en agosto! Una parada que nació para frenar los radicales enfrentamientos entre vecinos e inmigrantes.
Se creó, dicen los cronicones del ayer, en 1902, cuando el industrial panadero bilbaino Juan José Irala, fiel a las nuevas tendencias del movimiento higienista, tan de boga en la Europa de finales del XIX y principios del XX, decide sustituir la obsoleta panadería que regenta en la calle San Francisco por un nuevo proyecto, a la vez industrial y urbanístico, en una zona de las afueras de Bilbao. Nace así, por un lado, la Compañía de Molinería y Panificación (Harino Panadera), y por otro, la construcción de un barrio de viviendas destinadas a los trabajadores de la nueva fábrica. Pronto triunfó la idea con la construcción de una escalera de chalés de estilo inglés que está ubicada entre la avenida Zuberoa y la calle Baiona, un singular Iparraldea la bilbaina. Aquellas casas de aire señorial hoy sobreviven de una manera singular: con las fachadas pintadas de vivos colores, lo que conforma un alegre retablo que da personalidad a un barrio que se corona, en su zona superior, con el parque de Eskurtze que, bien mirado, equivaldría a la esquina noroeste de Hyde Park, donde linda Notting Hill.
Este viejo territorio comanche debe su nombre y su existencia, ya digo, a Juan José Irala, empresario imbuido del espíritu reformador, higienista y ruralizante de los urbanistas de la época. Creyente de que Bilbao, de principios del siglo XX, estaba abocado al caos urbanístico, le llevó a realizar su gran proyecto social. Era la aldea dentro de la ciudad.
Hemos de retroceder hasta la expansión del negocio que el panadero Juan José Irala llevó a cabo el año 1902 para toparnos con los orígenes de lo que hoy conocemos como el barrio de Iralabarri. El industrial se topó con la necesidad de ampliar notablemente y cambiar la ubicación de su pequeña fábrica de harinas situada hasta entonces en la calle San Francisco. El lugar de la panificadora fue elegido estratégicamente al estar situado en las proximidades de Vista Alegre y muy cerca de la estación ferroviaria de mercancías.
La fábrica construida requiere de un buen número de personas para echar a andar, es por ello que en un breve periodo de tiempo responden a la llamada del empleo alrededor de 1.000 personas, a las que hacía falta proporcionar alojamiento. De esta manera, el industrial bilbaino da forma a los orígenes del barrio, siguiendo el patrón planificador del modelo de “Ciudad jardín” en auge en aquellos años en varios países de Europa. De esta manera se llega a configurar una urbanización con la idea de “vivir una aldea dentro de la ciudad” caracterizada por sus zonas verdes y la amplitud de sus calles. Incorporando este modelo urbanístico Irala pretendía subsanar deficiencias existentes en los barrios obreros.
La especulación surgida en los años sesenta, derivada de las circunstancias generadas por los flujos migratorios de la época, dio al traste con buena parte de lo que era un modelo urbanístico modélico en Bilbao. Las operaciones urbanísticas contemplaron el derribo de chalets adosados, para construir nuevos edificios en su lugar y en los alrededores, eludiendo criterios de racionalidad con el amparo de las instituciones del régimen franquista. También comienzan a desaparecer patios, jardines y zonas verdes. Por otra parte, la ausencia de mantenimiento por los propios residentes, originaron la ruina y el descalabro de las viviendas.
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