Lo más cerca que habían estado de Bilbao era de paso por la autopista y en Ikea. Hasta ahora no había coincidido, pero tenían «la espinita» de conocer San Sebastián y de la que se quitaban una... Manuel Dueñas y Azucena Gordejuela, madrileños de San Sebastián de Los Reyes («nos dicen la Pamplona chica por los encierros, empiezan en unos días») hacían cola a media mañana en la oficina de turismo de la plaza Circular con sus hijas Paula (17) y Ana (14), dos hermanas que casi podían pasar por gemelas. Como están de paso no les va a dar tiempo más que a visitar el Casco Viejo y ver el Guggenheim. Igual solo por fuera «que debe ser...».
Lo es, lo es. Que una pareja de alemanes vino hasta aquí exclusivamente a verlo... y a pasar la luna de miel. «Eran arquitectos. No somos las islas Mauricio, pero estamos empezando hasta a ser destino de novios». Lo dice medio en broma medio en serio pero muy orgullosa Esther Virto, responsable de las oficinas de turismo bilbaínas (además de la de Abando hay otra frente al Guggenheim), que un día cualquiera de agosto como este roza las 2.000 visitas. En la de la Plaza Circular, un espectacular edificio que fue hotel y en el S.XVIII estaba unido por una pasarela a la estación de Abando, atienden ocho personas en cuatro idiomas. «Además de inglés, francés, euskera... hemos tenido personal que sabía catalán, gallego, ruso y cuando se celebró el Mundial de Basket atendíamos también en ucraniano».
Magdalena habla polaco y Francesco italiano pero han hecho del inglés territorio común. Llevan dos días en Bilbao y casi casi se están pensando quedarse a vivir. «Al principio pensamos en Barcelona, pero acabamos de venir de allí y no nos ha gustado nada, bueno el Barrio de Gràcia sí. Bilbao es una ciudad maravillosa y calmada. ¿Cuánto cuesta alquilar un piso aquí?». Si finalmente se deciden no van a necesitar ni periodo de adaptación porque saben lo básico: «¡Qué bueno sabe el txakoli!», bromea Francesco, que ya tiene decidido cuál es su rincón favorito de la ciudad: «La Alhóndiga es un lugar maravilloso. Me gusta esa idea que hay en Bilbao de mantener la estructura de los edificios centenarios y remodelarlos por dentro». «¡Como el mercado de La Ribera!», secunda Magdalena. Han hecho alguna compra ya y han podido comprobar que «no es una ciudad muy cara».
En la cuestión esconómica, dicen, es parecida a Palermo, donde viven ambos (él trabaja y ella estudia). Pero más allá de lo contante y sonante, a ellos les ha atrapado «la atmósfera». Eso y la buena disposición de la gente. «Todo el mundo te dice: '¿te puedo ayudar?'. Eso en Barcelona no pasa». La pareja sale de la oficina con un mapita en la mano donde está marcado un recorrido más o menos fijo que lleva a los turistas paseando por la Ría hasta el Guggenheim y les mete luego a la sombra del Casco Viejo. Prometen leer el artículo «porque aquí hasta el wifi funciona bien. Te puedes conectar en cualquier punto de la ciudad».
Magdalena y Francesco se marcha hoy, después de dos noches en Bilbao, la media de estancia del turismo que nos visita. En realidad es un 1,91, precisa Mercedes Rodríguez Larrauri, directora de Bilbao Turismo. «En verano la media es más alta, entre dos y tres noches». Dice que 2016 está siendo un año «excepcional» para el turismo en la ciudad. «En el primer semestre hemos recibido un 10% más de visitantes y solo en julio pasaron por las dos oficinas 50.426 personas». Eso son 1.626 cada día (abren de nueve a nueve) y más los que están llegando ahora en agosto. Y los que lo harán la semana que viene. «Algunos vienen atraídos por la Aste Nagusia, les sorprende muchísimo que los conciertos sean gratuitos. Tanto se meten en la fiesta que hasta te preguntan la receta del marmitako porque se quieren apuntar la concurso gastronómico. Pero otros se encuentran con los festejos sin saber y prefieren alojarse en el hotel más lejano al bullicio».
Le preguntamos a Esther Virto cuál es la cosa más rara que ha preguntado algún turista en información, además de la receta del marmitako, y se acuerda de una familia que visitó Bilbao hace unos días. «Tenían un niño de unos 7 años, que habló el primero: 'Señorita, por favor, ¿esta es parada de Pokémon?'». Y no han sido uno ni dos los que han llegado desesperados porque no encontraban el coche. «Lo hemos dejado en la calle 'kalea' pero no la encontramos».
Eduardo Herrerías y Alba Moreno, de Barcelona, lo han dejado en Altamira. «Hay un parking para caravanas magnífico. Cuesta quince euros la noche pero está vigilado, hay servicios, electricidad... y un autobús en la puerta que por un euro y poco te deja en el centro de Bilbao». Están de ruta por Euskadi y dicen que se quedarán hasta que se cansen. Como llegaron anoche solo tienen una impresión parcial... y desde lo alto. «Nos ha parecido una ciudad pequeña, la esperábamos más grande». Y no es crítica ni mucho menos, es una observación.
Mari Cruz Ibañez y Rafael Díaz también la han visto desde arriba. «Anoche subimos a Artxanda y la vista es magnífica». Son navarros, del pueblo Milagro, «muy conocido por las cerezas tan ricas que hay», pero ella viene a Bilbao desde niña porque tenía aquí unos tíos. «Imagínate de chavala venir de un pueblito como el mío a una ciudad como esta, me parecía muy grande, me impresionaba». Ahora también está ojiplática... por lo que ha cambiado. «¡Cómo está la Ría de bonita! Yo que la he conocido sucia...».
Estos días están en Bilbao ejerciendo de guías para Beata, una joven polaca de 28 años a la que conocieron en Lourdes. «Mi marido y yo somos voluntarios en un albergue de allí que es del Cáritas francés y ayuda a peregrinos que no tienen medios económicos para alojarse en otro lugar. Allí conocimos a Beata, que está pasando unos días ahora con nosotros en Navarra. Queríamos que viera alguna otra ciudad y la hemos traído a Bilbao». Parece que han acertado. «Ayer estuvimos en la playa, en Sopelana, y también en el parque de doña Casilda. Hay muchos jardines... ¡y el perrito! Me ha encantado. Bilbao es una ciudad muy moderna y muy divertida», cuenta en un medio castellano más que aceptable.
Y eso que no la visto la villa desde todas las perspectivas, que tiene muchas. «Los turistas que vienen han oído hablar del Guggenheim y del Casco Viejo. Pero aquí les damos la opción de ver el museo en un kayak desde la Ría, o de recorrer en bici la ciudad para descubrir la ruta de graffitis, o subir a Artxanda en funicular, que les encanta». Y una propuesta que gana adeptos: Bilbao a pie. «Esta mañana han salido cien personas en visitas guiadas por el Casco Viejo.
Les gusta porque les contamos curiosidades como la de la virgen de los txikiteros, el único punto del Casco Viejo desde el que se ve la Basílica de Begoña. O la historia de la grúa Carola, les encanta cuando les decimos que los operarios del astillero Euskalduna la llamaron así porque así se llamaba una mujer que debió ser guapísima y que atravesaba todos los días la Ría en un gasolino para ir a trabajar».
Los que pueden alargar la visita más allá de una mañana o una tarde y ya han visto el Guggenheim, se acercan hasta el Museo de Bellas Artes, una de las recomendaciones que siempre hacen en las oficinas de turismo. «Cuando estuvo la exposición de Antonio López vino gente a darnos las gracias por habérsela recomendado». Otros («eran una cuadrilla de algún lugar de Castilla León») quedaron más que satisfechos cuando les dijeron que esa tarde en La Alhóndiga se celebraba en sorteo de la lotería. «Cambiaron de planes para ir a verlo». Las danzas de los domingos en la plaza Rekalde, las noches de jazz en el Guggenheim durante Aste Nagusia... son más y variadas opciones para el turista.
Porque los hay (turistas) de gustos distintos y de sitios dispares. «La proporción suele ser un 55% de España y un 55% del extranjero. Pero este año hay muchísimos franceses. Lo habitual son madrileños y catalanes y también Andaluces. No sé si habrá sido el efecto de 'Ocho apellidos vascos' pero se ha producido un hermanamiento...», reconoce Esther Virto. Para romper la estadística han llegado Purificación y José Luis desde Toledo, en busca de la brisa fresca del norte. «Estamos pasando el verano en Santander y nos hemos acercado a Bilbao, aunque casi nos damos la vuelta porque no había manera de encontrar un sitio para aparcar el coche». Al final lo encontraron y tras coger un mapita en la oficina de turismo ponen rumbo al Casco Viejo «a tapear». Ya les dirán allí que no son tapas, son pintxos. Los mejores.