Si antes Bilbao era sinónimo de una industria pujante, hoy lo es de oferta e innovación cultural ¿Cómo logró esta ciudad transformar sus credenciales en menos de tres décadas? Sería imposible explicarlo sin la obra que cambió su skyline para siempre. Este domingo nos adentramos en el icono que supuso un antes y un después en la urbe: el Museo Guggenheim.
Inaugurado en 1997 -hace casi veinte años- cuando uno se para frente a la obra de Frank Gehry, tiene la sensación de estar mirando una futurista postal y que, aunque rompe con parte del entorno que la rodea, logra de alguna manera también, encajar perfectamente en él. El resultado es una seductora armonía que encandila al transeúnte, cuya mirada queda presa de las formas, los tornasoles y la textura de esta obra. Lo siguiente es una catarata de clicks fotográficos que hasta el más austero digital no podrá evitar.
El pasado
A finales de la década de 1980, Bilbao era un polo industrial con un modelo económico que llegaba a su fin y un nivel de contaminación que la convertía en una de las más polucionadas de Europa. Padecía una crisis económica que había significado el cierre de diferentes fábricas y una conflictividad social que la dejaba de lado cuando de inversiones y nuevos proyectos se trataba. En este complejo escenario, el Guggenheim surgió, no sólo como la posibilidad de albergar un museo de importancia internacional, sino también como una oportunidad de transformarse, de regenerarse urbanísticamente, de reinventarse a sí misma. En definitiva, era el renacer que la ciudad necesitaba y exigía.
El lugar
El museo se levantaría a orillas de la ría del Nervión, en un antiguo muelle portuario e industrial que se conoce como la Campa de los Ingleses y que supo servir a fines tan dispares como un cementerio británico, una cancha de fútbol del Athletic y hasta una pista de aterrizaje.
La construcción del museo significaría también la revitalización de sus alrededores, que hoy se han convertido en un lugar de ocio, esparcimiento y deporte que tanto bilbaínos como visitantes disfrutan a lo largo del día.
El exterior
A cargo del reconocido arquitecto canadiense afincado en Estados Unidos, Frank Gehry, el Guggenheim de Bilbao es una obra de arte en sí misma donde cada detalle ha sido cuidado y tenido en cuenta. De hecho para su construcción, Gehry empleó un avanzado software que se utiliza en la industria aeroespacial para así, poder trasladar de manera fiel su concepto al proyecto final.
El titanio, material elegido por el arquitecto, es protagonista en el exterior donde más de 33 mil finas capas fueron utilizadas y cuyo brillo transmite la flamante sensación de nuevo, aun cuando cuenta con veinte años.El resultado es una interesante respuesta a la luz natural, que lo muestra diferente según el momento del día y una particular textura que se ha convertido en todo un sello de este vanguardista artesano de lo urbano.
Su exterior, que puede ser recorrido en su totalidad, juega con las dimensiones y el espacio, poniendo a pruebas formas y curvas eso sí, sin superar las alturas de su entorno lo que le permiten ensamblarse irreprochablemente en él.
David Gamboa, bilbaíno y Licenciado en Artes, vivió en primera persona la transformación que significó este edificio en la ciudad y lo define como "un diseño inspirado en las formas y escamas de un pez que remite al pasado portuario, naviero e industrial de la urbe" y propone observarlo desde la ría para apreciar los volúmenes que recuerdan a la silueta de un barco. Para él: "se trata de un edificio que puede considerarse una escultura en sí misma al trascender su función de contenedor y pasar a ser objeto de disfrute y reflexión".
El espectacular edificio de Gehry se completa con otras obras que rodean y acompañan al museo, como es Mamá de Louise Bourgeois, más conocida como la araña y Puppy el florido perro de Jeff Koons que -con sus doce metros de altura- oficia de amigable perro guardián o Arcos Rojos de Daniel Buren, que cubre la estructura del puente La Salve, entre otras.
El interior
Las particulares formas que caracterizan la fachada del edificio se trasladan a su interior y dan la bienvenida al visitante en el atrio, que oficia de vestíbulo y permite el recorrido del museo.Con volúmenes curvos, paredes de cristal, ascensores de titanio y vidrio y pasarelas suspendidas, el interior del museo invita a prestar atención a todos los detalles.
Conformado por tres niveles y veinte salas de exposición, las hay que respetan formas más clásicas, donde predominan las líneas rectas así como también con volumetrías más irregulares y lúdicas, donde se hace presente el distintivo sello de Gehry y donde el museo no deja de ser un valor agregado a las obras que exhibe, como sucede por ejemplo, con La Materia del Tiempo de Richard Serra.
La obra del Guggenheim Bilbao no sólo es una excepcional obra de arte de nuestro tiempo sino también una muestra de la capacidad de transformación del espacio urbano que ofrece la arquitectura y la posibilidad de una ciudad de reinventarse.
Qué hacer en Bilbao
En un paneo de unas horas proponemos un recorrido por lo más significativo de la ciudad. Es imprescindible vivenciar el casco histórico, conocido como ‘las 7 calles’ o, en euskera ‘Zazpi Kaleak´’. De hecho esas arterias constituían el poblado medieval original y en la actualidad, es todavía la zona más animada y pintoresca, con calles peatonales llenas de bares que ofrecen sabrosos pinchos y lo mejor de la cocina vasca. Allí, la Catedral de Santiago, la Plaza Nueva, donde ineludiblemente hay que detenerse por uno de los pintxos más extraordinario de la urbe. El Museo de Vasco y la Biblioteca municipal de Bidebarrieta se suman al paseo. Luego hay que cruzar el puente hacia el Ensanche, el barrio del otro lado del río. Fue anexado a la ciudad en 1870, ya que hasta entonces era un pueblo independiente llamado Abando.Hoy área financiera y de negocios, muy cosmopolita y paqueta. Aquí también bares y restaurantes de renombre.
El amplio bulevar que cruza el barrio del Ensanche se llama Gran Vía Don Diego López Haro, conocido comúnmente como la Gran Vía, como en Madrid.Comienza cerca del Casco Viejo en la Plaza Circular, también llamada Plaza de España, y se extiende hacia el oeste pasando la Plaza de Federico Moyúa en dirección al Museo de Bellas Artes y parque de Doña Casilda Iurrizar.
Una visita que no puede olvidar es al Mercado la Rivera, situado al sur del Casco Viejo, junto al río. Con sus 10.000 m2, se trata del mayor mercado cubierto de Europa. Presente en el lugar desde el siglo XIV, el edificio que vemos hoy en día fue construido en 1929 por el arquitecto Pedro Ispizua.De estilo art-decó, fue muy moderno para su tiempo, caracterizado por un espacio interior abierto y la abundancia de luz natural que se filtra a través de las enormes vidrieras. Frescos ingredientes y deliciosa cocina en sus escaparates.
Junto al mercado, se encuentran la Iglesia y el Puente de San Antón. Y a poco la Alhóndiga es uno de los edificios más representativos de Bilbao. Lo que fue durante muchos años el almacén de vino de la ciudad, es hoy un centro cultural y de ocio con una gran variedad de ofertas: exhibiciones, conciertos, lecturas, cine, actividades para niños, gimnasio, piscina, biblioteca, bar, restaurante, etc.