La comunión y convivencia con la Naturaleza ha sido para los vascos uno de los ejes de su existencia desde tiempos inmemoriales. El caserío como centro de la vida familiar y social es sin duda el más claro ejemplo de ello. Y dentro de esa Naturaleza, los bosques y quienes lo forman, los árboles, son elementos centrales dentro de esa concepción de equilibrio entre 'Amalur' (Tierra) y Hombre.
Y las muestras de ello son numerosas. A principios del siglo pasado, el sacerdote, músico, escritor y académico Resurección María de Azkue, registró la frase ritual que los leñadores vascos dirigían al árbol que iban a cortar: "Guk botako zaitugu eta barkatu isuzu" ("nosotros te derribaremos y perdónanos").
Ese respeto y convivialidad con el árbol adquirió a través de los siglos carácter simbólico y representativo y tiene su más claro exponente en los robles de Gernika, Aretxabalagana y Arriaga, bajo los que se reunían las Juntas de Bizkaia y Álava.
El haya, el robles y la encina son los árboles más emblemáticos del País Vasco. Estrechamente vinculados al caserío y a todo tipo de mitos y leyendas, a lo largo del tiempo han dado sombra y protección a ermitas, rebaños y campas de reunión festiva y romería. En lo que se refiere al fresno (lizar), menos nuimerosos en nuestros bosques pero también con una fuerte simbología, el lingüista, escritor y académico de la Lengua Vasca Manuel de Lekuona recogió la siguiente expresión de la tradición oral: "Lizarra ez da bedeinkatu behar; berez da bedeinkatua" ("el fresno no hace falta bendecir; de por sí es bendito").
Pero los nuevos tiempos y el progreso saben poco de respeto a las tradiciones. El avance de los asentamientos humanos y de la explotación ganadera y agrícola de los montes produjo durante el siglo pasado un claro retroceso de las masas forestales en Euskadi. Por ello, a principios de los años noventa del siglo pasado, el Gobierno Vasco realizó un extenso estudio de árboles a lo largo y ancho de la Comunidad Autónoma que tuvo como resultado un catálogo de Árboles Singulares que merecían la mayor de las protecciones. Estos ejemplares abarcan diversas especies y se encuentran en todo tipo de entornos, incluido el urbano. Repasamos algunos de obligada visita.
Bizkaia
1. Encina de Garai
En un entorno tranquilo y sosegado, en un prado en ladera y con espectaculares vistas a los montes del Duranguesado, se localiza esta bella encina. La poda periódica y sistemática de sus ramas a lo largo de varias generaciones, para alimentar al ganado, ha ido modelándola hasta adquirir su peculiar forma actual, caracterizada por la anchura y simetría de su copa y la densidad de su follaje. Proyecta una tupida sombra que, por la amplitud de su copa, cubre una superficie bajo la cual los lugareños aseguran que ha llegado a cobijarse un rebaño de 360 ovejas.
Información útil:La encina de Garai (Quercus ilex ilex) se sitúa en terrenos del caserío Etxeita, en un empinado prado, unos cien metros al norte del edificio, junto a un chalet de reciente construcción. Para encontrarla hace falta llegar a la curva de la carretera entre Goiuria y Garai (BI-3341) donde se ubica la ermita de Santa Catalina, frente al templo parte una pista asfaltada que atraviesa un pinar y tras ochocientos metros llega al caserío Etxeita.
2. Encina de Muxika
En una encrucijada de caminos se eleva majestuoso, fuerte y corpulento, este magnífico ejemplar de encina. Su extremadamente ancha copa, característica y espectacular, proporciona protección y cobijo al ganado, herramientas de labranza y leña de los caseríos cercanos frente a las inclemencias del tiempo. La poda de sus ramas ha potenciado su crecimiento en anchura en detrimento de su altura.
Información útil: La encina de Muxika (Quercus ilex ilex) se sitúa en el barrio de San Román. Para encontrarla hace falta circular por la carretera comarcal BI-6315, que une Amorebieta y Gernika. Frente a la estación de tren de Muxika, hay que tomar la desviación a la izquierda (según se viene de Amorebieta) que lleva al barrio de San Román. Tras dos kilómetros, al final de la barriada y pasados los último caseríos, donde la carretera se dirige ya a Morga, se encuentra la encina.
3. Roble de Arcentales
Este magnífico ejemplar es un híbrido de rebollo y roble pedunculado que presenta características de las dos especies. Roza los 40 metros de altura (como un edificio de 10 plantas) con un tronco de casi cuatro metros de perímetro. La sombra que proyecta (casi 500 m2) ocupa una extensión semejante a un bloque de pisos mediano. Aunque en esta época este corpulento árbol luce su verde y lobulado follaje en todo su esplendor, en invierno también merece una visita al dejar al descubierto su fascinante laberinto de troncos secundarios y ramas.
Información útil: El roble de Arcentales (Quercus x andegavensis) se sitúa a las afueras del barrio de San Miguel, en la ribera del arroyo Pedreo. Para encontrarla hace falta ir por la carretera entre los barrios de San Miguel y Rebollar, a unos cuatrocientos metros del primero y tras una amplia curva, a la derecha del asfalto nace una senda con una barandilla de madera que cruza el arroyo Pedreo y lleva a los pies del roble.
4 y 5. Tejos de Arimekorta (Aginalde y Aginarte)
Aginalde y Aginarte son los nombres de los refugios que se encuentran en las proximidades de estos dos tejos protegidos que se ubican en los prados de Arimekorta, situados al noreste de Gorbeia, dentro del Parque Natural del mismo nombre. Sus nombres hacen referencia directa a este árbol, en euskera 'agin'. Su gran tamaño, la caprichosa forma de sus copas y su roja corteza han sido motivo para se incluido en el catálogo de Árboles Singulares. Por otra parte, su carácter autóctono, unido a la progresiva disminución en el número de ejemplares, ha propiciado la protección de esta especie en todo el País Vasco. Teniendo en cuenta que no es una especie de gran porte, estos dos ejemplares son de los más grandes que se conocen.
El tejo es una de las especies mas emblemáticas y simbólicas de Euskadi. Puede llegar a vivir más de mil años y ha sido venerado por los vascos desde tiempo inmemorial formando parte de muchos de sus rituales. Su frecuente presencia en cementerios e iglesias ha permitido perpetuar el halo de misterio y sacralidad que le envuelve. Antiguamente, era habitual encontrarlo en las plazas de los pueblos, donde a su sombra se celebraba el concejo abierto, igual que encinas y robles.
Este árbol es conocido por la alta toxicidad de toda la planta, a excepción del arillo carnoso que envuelve a la semilla. De hecho, los antiguos vascones, así como otros pueblos guerreros, utilizaban las semillas como veneno para suicidarse cuando se encontraban acorralados por el enemigo o caían presos.