El Museo Guggenheim de Bilbao ha saldado una deuda que tenía pendiente con Esther Ferrer, una de las pioneras de la performance en España, disciplina que ella define como el arte que combina el tiempo y el espacio con la presencia de público que participa en la acción, y que si lo desea su papel no se limita al de mero espectador. Porque las obras de esta artista donostiarra, de 80 años, son penetrables, se pueden atravesar y disfrutar desde distintas perspectivas. Y, según advierte la propia Ferrer, también son efímeras. Porque el próximo 10 de junio cuando finalice la muestra Espacios entrelazados, presentada hoy, las 11 instalaciones expuestas desaparecerán para siempre. El único rastro que quedará será el de los dibujos y las maquetas, y el recuerdo que permanecerá en la memoria del público que haya disfrutado de la experiencia de vivir sus obras.
Se trata de un mensaje que desea que permanezca y con el que convive: “En el mundo hay demasiadas cosas y me gusta lo efímero, que la única huella que quede sea la de la memoria”, explicó Ferrer, durante la presentación, acompañada por el director del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, y de la comisaria de la muestra, Petra Joos. Ambos insistieron en la deuda pendiente con la artista, que en 1999, dos años más tarde de la inauguración del museo bilbaíno, representó a España con Manolo Valdés en la Bienal de Venecia, y el carácter único de esta exposición, en la que se exhiben nueve obras inéditas. “No queríamos que fuera una retrospectiva, aunque hay un recorrido desde los años 70 hasta hoy”.
Desde sus comienzos, Ferrer desarrolla una gran diversidad de formas y de materiales, en busca de un trabajo que ante todo persigue la libertad del espectador, por lo que procura no ofrecer conclusiones sino preguntas para que, sin interferencias y de manera autónoma, genere su propia interpretación. Emplea siempre elementos cotidianos, siguiendo la tendencia de los años 60 de introducir objetos corrientes en el arte, con un gran protagonismo de la silla, uno de sus objetos fetiche, como se puede comprobar en dos de sus obras. “Me gusta mucho estar sentada, es algo que diferencia al ser humano, y lo que me sorprende es que se siguen inventando nuevos modelos. Además, la puedo vehicular con otros temas”. Se refiere a una exposición que montó con 115 sillas, una por cada mujer asesinada por violencia de género en 2015. Siempre utiliza materiales que se puedan reciclar, o lo que es lo mismo, que puedan ser devueltos a su origen una vez finalizada la performance. En la Instalación con elementos eléctricos, en la que dibuja un paisaje del País Vasco, a base de cables de acero, discos de aislamiento de cristal o material de desecho eléctrico.
Una parada especial se merece Las risas del mundo, concebía en 1999 y adaptada mediante tabletas a los tiempos actuales, en las que se reproducen las carcajadas de ciudadanos de distintas partes del mundo. Todo aquel que lo desee podrá grabar su propia risa.
La trayectoria de Esther Ferrer se enmarca a partir de 1967 con el grupo Zaj, con Walter Marchetti, Ramon Barce y Juan Hidalgo, haciendo del arte de acción su principal medio de expresión. En los setenta, retomó el trabajo de obras plásticas a través de fotografías intervenidas, instalaciones, cuadros y dibujos, basado en números primos, objetos o piezas sonoras.