EN 1999, Lyon estableció conversaciones con el entonces director de la Fundación Solomon R. Guggenheim, Thomas Krens, para abrir un nuevo Guggenheim. La ciudad francesa quería su efecto Bilbao. El poder de atracción turística que el museo había demostrado poseer en la capital vizcaina hizo que el alcalde de Lyon, el antiguo primer ministro Raymond Barre, estuviera dispuesto a desembolsar 2.000 millones de francos (unos 50.000 millones de pesetas) para levantar un gran edificio que acogiese una colección propia y los fondos de la red Guggenheim. La ciudad gala ya contaba con un excelente museo de arte contemporáneo y con la Halle Tony Garnier, un gran espacio artístico, pero aspiraba a lograr un impacto urbanístico y económico similar al obtenido en Bilbao con el Guggenheim. Las negociaciones no llegaron a buen término y Lyon no superó el complejo que le causó la inauguración del Guggenheim Bilbao. El fantasma del Guggenheim le ha perseguido durante todos estos años.
Aparcada la posibilidad de contar con un nuevo Guggenheim, Lyon ha buscado su proyecto cultural estrella. El reto consistía en transformar un territorio que durante mucho tiempo ha sido dedicado al uso industrial en uno de los nuevos centros neurálgicos de la comunidad urbana lionesa o Grand Lyon. Así surgió el Museo de Confluences, que acaba de abrir sus puertas, tras más de diez años de retraso y un coste cuatro veces mayor que el presupuesto inicial.
Ubicado en una península donde se produce el encuentro de los ríos Ródano y Saona, ha hecho falta una inversión de 17 millones de euros anuales durante quince años para abrir las puertas de este edificio, que ha sido concebido por el gabinete austríaco Coop Himmelb(l), que dirige el arquitecto Wolf Dieter Prix, uno de los estandartes de la escuela deconstructivista de la que Gehry es un destacado representante. El imponente edificio, bautizado como La nube, porque recuerda a una nave espacial de La guerra de las galaxias.
“Teníamos la posibilidad de elegir una arquitectura más clásica, pero nos dejamos llevar por el fantasma de Bilbao”, confesó el vicepresidente del Consejo General del Departamento del Ródano, Jean-Jacques Pignard. Pero los responsables del museo son conscientes de lo que supone marcarse como listón el éxito obtenido por el Guggenheim bilbaino, por ello, la directora del Museo de Confluences, Hélène Lafont-Couturier, rebaja las expectativas y asegura que aspiran a atraer a medio millón de visitantes al año. Desde que abrió sus puertas, por el Guggenheim Bilbao han pasado más de 17 millones de visitantes, lo que supone una media de un millón de personas al año.
“Nuestro objetivo es, al menos, estar a la altura del Louvre de Lens y el Pompidou de Metz”, señaló la directora del Museo de Confluences en referencia a otros dos centros de arquitectura rompedora que se han abierto recientemente en Francia.
La originalidad del concepto del Museo de Lyon reside en la confluencia de disciplinas, épocas y civilizaciones con un hilo conductor: la aventura humana. En sus 23.000 metros cuadrados de superficie conviven cuatro exposiciones permanentes denominadas Orígenes, Sociedades, Especies y Eternidades en las que se exponen meteoritos, minerales, animales embalsamados, máscaras rituales, dinosaurios, IPhones, sarcófagos egipcios... El museo posee una colección de más de dos millones de piezas, aunque solo se exponen al público 4.000.
EL MILAGRO GUGGENHEIM Desde que abrió el museo bilbaino, urbes de todo el mundo se han lanzado a la construcción de edificios de autor buscando el tan ansiado efecto Guggenheim. En el Estado, en la última década se ha entablado una guerra feroz por contratar a un arquitecto estrella que emule el milagro de Gehry en Bilbao. Así, Valencia optó por Calatrava; Santiago de Compostela, por Eisenman; Zaragoza, por Zaha Hadid; Avilés, por Niemeyer... Pero, la crisis ha tocado de lleno a estas grandes infraestructuras culturales convirtiendo estos proyectos estrellas en estrellados.
Otras ciudades han intentado contar directamente con un museo de la marca Gugenheim. Tal y como confesó a este periódico el director de la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York, Richard Armstrong, “cada día nos llama alguien para preguntarnos por el efecto Bilbao. Y en los últimos años, 25 ciudades me han pedido seriamente un Guggenheim como el de la capital vizcaina. La mayoría son urbes que quieren o necesitan una regeneración, pero no todas pueden tener un Guggenheim. Además, no interesa tener cientos de museos Guggenheim en todo el mundo. Preferimos tener menos, pero potentes”.
De momento, la única candidatura seria es la presentada por Helsinki. En la actualidad, el proyecto finés se encuentra en fase de concurso arquitectónico y próximamente serán las autoridades finlandesas las que tendrán que decidir si quieren seguir adelante o no con el proyecto.