Mariano Rajoy y Andoni Ortuzar firmaron el pasado 3 de mayo los once folios de un pacto que salvó los presupuestos de 2017. Dos líneas para subrayar el acuerdo entre el Gobierno central y el vasco sobre el Cupo y un largo capítulo de inversiones especialmente ferroviarias. Pero, casi de tapadillo, en el punto sexto del folio tercero, Rajoy se comprometió a «ceder de manera inmediata a las instituciones vascas» Lemoiz. Ni Andoni Ortuzar, que esa misma tarde en Sabin Etxea alabó el acuerdo, ni el PNV ni el Gobierno vasco quieren aclarar qué sucederá con estas «ruinas industriales» que hace 45 años se iniciaron para crear una potente planta nuclear con dos centrales de última generación.
Los nacionalistas reconocen que la recuperación de estos terrenos expropiados por el franquismo en los años 70 es un «símbolo» pero trasladan a Gobierno vasco, Diputación de Vizcaya y al ayuntamiento de Lemoiz la decisión sobre el futuro de la antigua central de Iberduero. Las instituciones citadas callan con la mirada puesta en el Gobierno vasco que, de momento, espera que Madrid comience el proceso legal de la cesión de los terrenos. Un misterio que ahonda en la oscura historia de Lemoiz.
Hoy, Lemoiz son unas ruinas industriales protegidas por una valla agujereada y dos vigilantes de se guridad. Iberdrola -la sociedad que nació en 1992 de la fusión de Iberduero (1944) e Hidroeléctrica Española- decidió hace tiempo pasar página y cierra todas las puertas a las preguntas sobre Lemóniz. La moratoria nuclear decretada en 1984 por el Gobierno de Felipe González enterró la icónica central nuclear en la costa vizcaína. Desde 1996 hasta el 26 de octubre de 2015 se incluyó un recargo en los recibos de la luz de entre el 0,33% al 1,72% con los que se compensó a la Iberdrola con 2,273 millones de euros. Cuarenta y cinco años después de que se iniciaran las primeras obras, el Gobierno de Rajoy se comprometió en apenas tres líneas y media «a ceder de manera inmediata a las instituciones vascas» el pasado, presente y futuro de Lemoiz.
Pero la gran central nuclear vasca fue un proyecto que a punto estuvo de hacer suyo el Gobierno de Garaikotxea cuando el 5 de mayo de 1982 ultimaba la constitución de una sociedad pública que asumiera el proyecto nuclear de Lemoiz. El PNV, que había mantenido una posición ambigua desde que las obras se iniciaron en 1972, buscaba una salida para un complejo proyecto energético surgido en las postrimerías del franquismo. Esa misma mañana, en el barrio de Begoña de Bilbao, dos miembros del comando Vizcaya de ETA asesinaron a tiros al ingeniero navarro Ángel Pascual Mújica cuando viajaba acompañado por su hijo Iñigo y su escolta. Nunca más se trabajó en Lemoiz y la posibilidad de que el Ejecutivo vasco revitalizara el proyecto se diluyó mientras el pánico se apoderaba de los empleados de la central. Hasta ese atentado, los ingenieros de Lemoiz confiaban en que la implicación del PNV en el proyecto contrarrestara la presión terrorista. «Hay un partido político [por el PNV] que va a apoyar la construcción de la central», le confesó Ángel Pascual a su hijo Iñigo meses antes de su asesinato y con la tercera carta amenazante de los terroristas.
La historia de Lemóniz o Lemoiz (en castellano y ya en la actual denominación en euskera) cambió a finales de los años 60 cuando el Gobierno de Franco decidió acometer la construcción de las centrales de «segunda generación». La nuclear constituía la energía del futuro e Iberduero -el buque insignia de las empresas vascas en los 70- asumió el riesgo de embarcarse en un proyecto de 900.000 millones de las antiguas pesetas para ubicar en la cala de Basordas una doble planta nuclear con una capacidad total de 1.860 Megawatios (960 Mw por unidad) que convertía a Garoña con 460 Mw en una central de juguete. Las obras para desecar los terrenos pegados al Cantábrico en un protegido valle entre Armintza y Bakio comenzaron en 1972.
Pero a partir de 1974, la prensa vasca comienza a recoger informaciones sobre los peligros de las centrales nucleares y surgen colectivos antinucleares que muy pronto se erigieron en un auténtico fenómeno sociológico germen de un movimiento antinuclear que patrimonializó la izquierda abertzale y ETA.
¿Quién paró Lemoiz? El historiador Raúl López que ha escrito uno de los pocos libros sobre la central relativiza la presión social y señala al terrorismo etarra especialmente entre 1981 y 1984 como el factor determinante para que Lemoiz I no arrancara cuando desde 1981 tenía todo preparado. La banda perpetró cientos de sabotajes. El secuestro y asesinato de José María Ryan por ETA militar en febrero de 1981 generó un auténtico pánico en trabajadores e ingenieros de la central.
Ryan y Pascual no fueron los únicos trabajadores asesinados por ETA en Lemoiz. Alberto Negro, Andrés Guerra y Ángel Baños, trabajadores de subcontratas, murieron en dos explosiones de bombas etarras.
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