Una de las salas de exposición del Museo de Bellas Artes en 1930. (Museo Bellas Artes de Bilbao)
ERA el año 1914 cuando el Museo de Bellas Artes de Bilbao abría sus puertas en el antiguo Hospital Civil de Atxuri. Lo hizo con 137 obras, 77 correspondientes a la sección de arte antiguo y 60 a la sección de arte moderno.
Una década más tarde, se unía a esta sala el Museo de Arte Moderno. Ambos convivieron en el centro de la ciudad hasta que llegó la Guerra Civil, un conflicto que dio paso a una nueva etapa en la que los dos edificios se fusionaron constituyendo el actual museo. En aquel tiempo, del que hoy hace más de cien años, la villa vivía un ambiente de prosperidad económica gracias al desarrollo industrial experimentado a finales del siglo XIX, el cual trajo consigo el nacimiento de una nueva clase social con recursos económicos y el interés de la ciudadanía por la cultura. Era el nacimiento y los primeros pasos de un espíritu artístico que hoy constituye una de las señas de identidad de Bilbao. Al frente de tales retos tomaron el mando dos artistas vascos: Manuel Losada en el Bellas Artes y Aurelio Arteta en el Museo de Arte Moderno.
La creación de este emblemático centro ha sido la línea escogida por Mikel Onandia para realizar una profunda investigación que ha tenido como resultado una tesis titulada Las colecciones del Museo de Bellas Artes y del Museo de Arte Moderno de Bilbao entre los años 1908 y 1936, en la que narra los inicios de esta pinacoteca que hoy cuenta en sus fondos con más de 10.000 piezas.
En concreto, “la puesta en marcha del Museo de Bellas Artes supuso la institucionalización del ambiente artístico que se venía gestando durante las dos décadas anteriores. Además, respondía a la demanda existente de una colección de arte pública”, explica Onandia. Así, la sala se convirtió en un punto de referencia para los artistas y coleccionistas de la época. Lo que hacía especial a este centro, según apunta Onandia, es que “tanto el Museo de Bellas Artes como el Museo de Arte Moderno contaban con la iniciativa popular, algo que determinó la fructífera colaboración entre las instituciones y la sociedad, así como la apuesta por la contemporaneidad, en consonancia con los valores defendidos por la Asociación de Artistas Vascos o el principal crítico del momento, Juan de la Encina. Esto erigió a Bilbao como uno de los tres principales focos artísticos, junto a Madrid y Barcelona”.
La inauguración del Bellas Artes se llevó a cabo con 137 obras, una colección de la que cerca de la mitad llevaba la firma de autores contemporáneos -Arteta, Regoyos, Mogrobejo, los Zubiaurre, Guinea, Sorolla, etc.-, procedentes de depósitos institucionales y donaciones de particulares. “Pero enseguida comenzó a adquirir obras en exposiciones y también ingresaron piezas de artistas modernos por suscripciones populares. Son especialmente significativas las creaciones que llegaron de la I Exposición Internacional de Pintura y Escultura de 1919, entre ellas piezas de Gauguin, Serusier o Cassat”, relata.
De este modo, la inauguración de ambas pinacotecas trajo muchas ventajas a los artistas de la época, puesto que tanto el Museo de Bellas Artes como el Museo de Arte Moderno adquirieron obras de los artistas consagrados en ese momento, por lo que ambos centros “se afianzaron como referentes para las generaciones más jóvenes”.
El artista Manuel Losada fue el escogido para ser el primer director del Bellas Artes. Mikel Onandia lo define como “una persona muy preparada, con contactos entre coleccionistas y artistas en Bilbao, Madrid y París”. “Fue sin duda un hombre muy capacitado para la gestión museística y llegó a sobrevivir hasta cuatro regímenes políticos distintos”, apostilla. La dirección del Museo de Arte Moderno, por su parte, corrió a cargo de otro pintor, Aurelio Arteta. En aquel tiempo, las figuras del artista, coleccionista y marchante se entremezclaban y era habitual que los creadores ocupasen las direcciones de los museos. Arteta fue un autor comprometido y quien “puso las bases de la orientación del recién creado Museo de Arte Moderno. Mostró en él una implicación que iba mucho más allá de la mera gerencia, y apostó por los valores del arte en los que creía hasta tal punto que tuvo que dimitir en 1927 por desavenencias con el Ayuntamiento”, recuerda Onandia.
COLECCIONISMO La creación de estos museos discurría paralela al coleccionismo privado existente en la capital vizcaina. A este respecto, Onandia señala que el coleccionismo particular, “de tipo burgués que de manera soterrada mostraba ya síntomas de asentamiento a finales del XIX y los primeros XX”, resultó clave para impulsar los fondos públicos. Esto se debe a que esos amantes del arte aportaron una notable cantidad de obras de sus adquisiciones personales a ambas salas: “Entre los mismos destacan, especialmente, Antonio Plasencia y Laureano de Jado. Este último legó al Museo de Bellas Artes todas sus piezas en 1927”. Precisamente, esas donaciones particulares que recibió el museo en sus primeros años de actividad determinaron las futuras líneas de crecimiento de la colección, que siempre tuvo la voluntad de convertir Bilbao en un referente cultural.
El trabajo de Onandia finaliza en el año 1936, fecha de inicio de la Guerra Civil española, “un conflicto que quebró la efervescencia cultural y artística de la ciudad y supuso una crisis sustancial para el Museo de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno”. Sin embargo, el autor afirma que, a pesar de las dificultades que trajo la guerra, “el museo pudo continuar apostando por una orientación que se identifica desde su nacimiento, fijando su interés tanto en pintores antiguos de categoría como en artistas contemporáneos, nacionales e internacionales y, especialmente, vascos”
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