Dos participantes en la ‘batalla de gallos’ en Bilbao se enfrentan cara a cara a golpe de rap y gestos desafiantes. (José Mari Martínez)
VIERNES, seis y media de la tarde. En el parque de Doña Casilda, a pesar de la intensa lluvia, crece un gran bullicio en la pérgola. Entre los arcos empiezan a amontonarse docenas de jóvenes. La mezcla es interesante. Latinos, negros, blancos... El abanico de edades también es amplio, confluyen menores de 13 o 14 años con veinteañeros que tienen más cerca la treintena que su primer afeitado. El encuentro no es casual. Han sido citados allí, como cada fin de semana, a través de las redes sociales y de un canal de Youtube. “Pido la paz y la palabra”, decía Blas de Otero. La mitad de esos jóvenes llegan dispuestos a batallar, pero no van a mancillar el ruego del poeta bilbaino. Al contrario. La palabra será su única arma en un combate en el que no habrá un solo puñetazo. Se trata de un evento organizado por los propios jóvenes en su peculiar ring de Doña Casilda. Es una batalla de gallos. Y tampoco habrá gallos, sino raperos improvisando versos para desmontar a su rival. Golpe a golpe, rima a rima.
No es algo nuevo. Este fenómeno ya se daba a finales de la década pasada en el mismo lugar, pero ha cogido fuerza en los últimos meses, desde que los gestores de un canal de Youtube, HH Euskadi, han cogido la responsabilidad de organizarlo, promoverlo y difundirlo. Esas son las tareas de Kevin Burgos, un joven bilbaino que cada semana anuncia la siguiente quedada a través de Twitter. Normalmente los participantes se inscriben haciendo un simbólico pago de un euro. El ganador del torneo se llevará el bote, pero esta inscripción tiene otra finalidad más práctica. “Hacemos que se inscriban antes para poder organizar las rondas y controlar los tiempos, de modo que no termine ni muy pronto ni muy tarde”, explica Kevin, “siempre hay quienes se apuntan a última hora. No es un problema, pero intentamos poder saber cuántos son para mejorar la organización”. Cada semana los participantes superan la treintena. En esta ocasión, a pesar de la lluvia, los inscritos son 40. Otros treinta chicos y chicas acuden como espectadores.
El evento tiene el formato de una competición deportiva con rondas eliminatorias según el número de inscritos. En esta edición se empieza con una ronda rápida que sirve de filtro para llegar al número mágico de 32 participantes. A partir de ahí se establece un cuadro, desde los dieciseisavos de final hasta la batalla que decidirá el ganador.
¿QUÉ ES UNA BATALLA DE GALLOS? Una batalla de gallos consiste en un duelo en el que dos raperos intercambian rimas al son de una base musical con el fin de demostrar cuál de los dos es mejor. Existen diferentes modalidades, pero la fórmula más habitual es alternar un minuto cada uno durante dos turnos. A partir de ahí, entran en juego el ingenio, la capacidad de improvisación y la mala leche de cada uno.
Oier Echabe tiene 18 años y es de Trapagaran. Empezó a participar en batallas de gallos el pasado verano y ya se defiende de una manera más que digna. “Todo vale, pero no se busca el insulto”, explica, “se busca la respuesta. Si el rival dice que parezco Hitler, yo busco una respuesta con algo de Alemania que siga el hilo. Buscas ser el más original y demostrar que estás improvisando”. Ese es, precisamente, uno de los errores a evitar. Si un participante cae en la tentación de soltar rimas que huelen a precocinado, los rivales aprovechan para acusarle de jeta y recriminar sus versos de libreta.
Si el boxeador sube al ring sabiendo que su torso y su mandíbula van a recibir una cantidad determinada de golpes, en las batallas de gallos el participante es consciente de que tendrá que encajar ataques despiadados contra cualquier rasgo suyo. Astuto, un chaval que posiblemente no haya cumplido los 14 años, sabe que se mofarán de su aspecto aniñado. Pero él no se arruga. “Lo que pasa, hermano, es que eres mediocre. No es Navidad, Olentzero te mando pa’l monte”, responde en plena refriega. Las batallas son así. No hay tabúes, ni piedad. Hay cera para el flaco, para el obeso, para el feo y para el guaperas. Pero no ofende el que quiere, sino el que puede. Y en Doña Casilda nadie puede ofender porque todos los presentes saben a lo que van. Cuando uno se inscribe con las orejas de soplillo, sabe lo que va a escuchar: “Atento, que te meto el flow: con esas orejas pareces Dani Alves antes de la operación”. Como si de un gol se tratara, cada vez que un participante enlaza una buena rima, el público estalla con gritos y aplausos. “Cuando sueltas alguna rima guapa y a la gente le gusta, sí que te creces un poco, te lo crees más e intentas soltar más rimas buenas”, confiesa Echabe.
Hace falta mucho valor para exponerse a esa lapidación ante 70 personas en plena calle y, sobre todo, fair play. “Lo que me gusta es que puedes soltar lo que quieras, la mayor burrada que se te pueda ocurrir, pero después de la batalla le das la mano al rival y tan amigos”, apunta Echabe, “le felicitas al adversario por sus rimas buenas. Hay mucha deportividad a pesar de que se vea como algo feo desde fuera”. Este joven de Trapagaran destaca que para ser bueno en las batallas de gallos hay que reunir una serie de cualidades: “Hay que tener capacidad de respuesta y actitud. Tienes que creértelo. No puedes rapear mirando para abajo. También hace falta fluidez para adaptarte bien a la base”. Kevin Burgos confirma la deportividad de los participantes y recuerda que las batallas no consisten en ver quién es capaz de ofender más al rival: “No es solo insultar. Ahora dices un insulto sin más y la gente puede llegar incluso a abuchearte. Se busca más lo inteligente. La gente es cada vez mejor y tú tienes que mejorar para estar a la altura. No es solo meterte con el otro, sino desarticularlo y desmontar lo que te ha dicho dándole la vuelta y contestando con algo inteligente. Luego está el estilo propio de cada uno. Siempre hay alguno que se mosquea, pero es tradición saludarse antes de cada batalla y saludarse también al terminar”.
CON LLUVIA, BAJO EL PUENTE Los días que la lluvia hace acto de presencia, los organizadores trasladan el torneo a un lugar cercano y resguardado, bajo el puente de Deusto. La escalinata frente a Zubiarte es el lugar perfecto para que público y participantes escuchen en riguroso silencio a los improvisadores que compiten. Tres jóvenes elegidos entre los que más experiencia tienen en estas batallas de improvisación hacen de jueces. “Intentamos cambiar los jueces para que la gente se quede contenta”, aclara Kevin, “si una semana no estás conforme con lo que ha decidido un juez, sabes que a la semana siguiente habrá otro juez y podrás probar suerte. Intentamos que sea lo más objetivo posible, porque no nos interesa que gane nadie en concreto, solo que la gente se vaya contenta”.
En esta ocasión, tras cuatro horas de competición, el ganador fue Adri RKD, un joven de versos pausados y demoledores y vestimentas de delincuente del Bronx. Pero que los prejuicios no les engañen: estudia Derecho en la Universidad de Deusto, con especialidad en Tecnologías de la Información y la Comunicación. A quien quiera reírse de eso, le espera en el ring de Doña Casilda.
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