Sus exposiciones se suelen convertir en experiencias artísticas sorprendentes e intensas, que ponen constantemente a prueba la percepción del espectador, retándolo para comprender el entorno físico en el que se encuentra. Pello Irazu (Andoain, 1963) es un creador destacado en el panorama artístico contemporáneo, y está considerado, junto con Txomin Badiola, una de las figuras clave de la renovación de la escultura vasca desde la década de 1980. En la actualidad, prepara una monográfica - “todo un reto para mí”- en la que mostrará en el Guggenheim Bilbao su trabajo de las últimas tres décadas .
Irazu exhibirá más de 100 obras, que ocuparán la totalidad de la Sala 105 del Museo a partir del 10 de marzo del año que viene. Pero advierte: “No la he planteado como una retrospectiva, más bien como una remirada a mi trabajo, un reencuentro con mi propia historia”. Para ello, creará una estructura, “un tipo de pasillo central”, que el artista intervendrá para que habiten sus pinturas, dibujos y fotografías. Alrededor de ese eje, articulará un potente recorrido escultórico.
El Guggenheim adquirió en 2004 su instalación Formas de vida 304, creada específicamente para la colección del Museo. “Cuando se expuso en 2012, junto a la de otros cinco artistas internacionales pertenecientes a los fondos del Guggenheim, entre ellos Cristina Iglesias, se empezó a generar la posibilidad de poder realizar esta exposición”, explica Irazu.
El creador guipuzcoano ha optado “por realizar, en cierto modo, una revisión genérica desde mis primeras piezas del año 85, hasta las más actuales. No hay ningún trabajo específico para la exposición”, recalca el creador vasco, a la vez que confiesa que “esta muestra es un compromiso real, un reto que me permitirá realizar una remirada sobre mi trabajo en una plataforma tan potente y con tanta proyección como el Museo Guggenheim Bilbao”.
“ÁLBUM DE FOTOS” Para Irazu será “como si abriera un álbum de fotografías”. Y en esas primeras páginas del álbum, nos llevará a las primeras obras que creó en un viejo edificio de Uribitarte, donde desde 1982 hasta finales de los noventa, mantuvo su estudio, hasta que la renovación de los muelles de la Ría que había llegado con el Guggenheim, le obligó a abandonar aquel espacio que había compartido con otros creadores vascos como Txomin Badiola, Juan Luis Moraza y Ángel Bados. “Yo vine desde Andoain a a estudiar a la capital vizcaina, me gustaba aquel Bilbao gris; para mí fue el descubrimiento de las mecánicas de la ciudad. No soy nostálgico, pero en ese Bilbao hice mi periodo de aprendizaje, tanto a nivel afectivo como profesional”, confiesa.
El artista recuerda a aquel joven de 20 años que expuso por primera vez “con toda la inocencia y desconocimiento del mundo, en la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, sin más aspiración que mostrar en una sala lo que estaba haciendo. Fue como el kilómetro cero”.
En la década de los ochenta se produjo un encuentro entre artistas que ha marcado no sólo a los que allí estaban, entre ellos Irazu, sino también a varias generaciones de creadores vascos. Otros se unirían más tarde formando un grupo bastante nutrido en torno a la Facultad de Bellas Artes de Bilbao y a la figura del escultor vasco Jorge Oteiza (Orio, 1908 - Donostia, 2003).
Existían muchas diferencias pero a todos ellos les unió la importancia que concedieron a la figura y la obra de Oteiza, aunque al mismo tiempo quisieron empezar un nuevo camino al margen de esta influencia. “¿Si me molesta que siempre me pregunten por Oteiza? En absoluto, le conocí a través de Txomin Badiola; fueron momentos de aprendizaje. He tenido la mejor universidad del mundo, el arte y los artistas. El arte se aprende entre artistas y he tenido la posibilidad de conocer a Oteiza. Pero yo soy una persona iconoclasta, no tiendo a mitificar a las personas. El hecho de haber conocido a Oteiza con esa inconsciencia te hace valorar la relación de otra manera. No te sitúas en una posición - aunque suene mal decirlo- de alumno a profesor, sino de artista a artista. Te comunicas a través del lenguaje del arte y eso simplifica muchas cosas. Me considero muy afortunado por haber tenido esa relación con Jorge Oteiza y otras con otros artistas a los que considero amigos”.
NUEVA YORK Después de comenzar próximo a la ética y a la estética de Oteiza, Irazu se marchó en los años noventa, primero mentalmente, para luego hacerlo físicamente, a lo que consideraba entonces el núcleo creador del arte: Nueva York. Lo mismo que hicieron otros artistas vascos, como Badiola, Darío Urzay... “Allí tuve la suerte de conocer y entablar relación con el galerista norteamericano John Weber. A través de él, conocí una dimensión del arte americano real, trabajaba con muchos artistas. Weber me ofreció la posibilidad de exponer profesionalmente en su prestigiosa galería. En otras galerías cercanas presentaban sus trabajos Richard Serra o Andy Warhol, por ejemplo, artistas a los que teníamos como referencia. Eso te crea una perspectiva sobre tu trabajo muy real y buena”.
En 1998 sintió que ya había cumplido un ciclo y regresó a la capital vizcaina. “Nueva York, como otras ciudades, tiene la posibilidad de perpetuarte allí, repitiendo un tipo de experiencia. En mi caso, decidí regresar a la capital vizcaina, fue una decisión vivencial. Pero, a la vez, se vuelve de otra manera, con otra mirada, con otra forma de trabajar y de relacionarte con el medio”.
Reconoce Irazu que se encontró con un panorama artístico totalmente diferente. “Conocí otro Bilbao distinto, más organizado, con un proyecto de modelo de ciudad, con el cual puedes estar de acuerdo en algunas cosas y con otras menos. Bilbao había cambiado mucho como ciudad, el tejido artístico era muy rico, los artistas vascos se proyectan desde aquí hacia el exterior. Yo también había ampliado ya mi área de trabajo, había dado el salto”.
Desde entonces, Irazu ha realizado más de cien exposiciones por distintas galerías del mundo y su obra se encuentra en numerosos museos, como el Bellas Artes de Bilbao, el Reina Sofía, el MACBA, Artium de Gasteiz, el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego y la Fundación Yves Klein de Arizona, entre otros.
ARTE INTERACTIVO Su arte es fruto de una profunda reflexión e investigación sobre la relación del individuo con la arquitectura, los espacios domésticos o los objetos cotidianos. El artista utiliza multitud de formatos, materiales y dispositivos. Para él, la escultura tiene un carácter extremadamente abierto, poniendo constantemente a prueba la percepción del espectador. “El arte es interactivo, tiene la capacidad de activar la atención del otro, y de crear algún tipo de comunicación”, explica.
¿Y cómo se lleva Irazu con el mercado del arte? El artista es bastante crítico en este sentido. “La década de los ochenta y la de los noventa fueron, en principio, los años de descubrimiento del arte contemporáneo para la sociedad y de que podía haber un mercado para él. Pero en estos años de crisis, hemos visto cómo ha desaparecido la estructura de la relación del mercado y la sociedad. Quizás porque era muy frágil o porque el arte, entendido como inversión, ha perdido sentido. Y eso se puede ver en las subastas. Yo siempre he tenido dudas de si a la sociedad le interesa o no el arte contemporáneo. Pero para mí es fundamental para que una sociedad esté completa”.
Aclara Irazu que se trata más de una crítica social que administrativa. “Se ha creado una estructura profesional en torno al arte contemporáneo con pies de barro, y a la menor ocasión, con la crisis, se ha ido al traste, con lo que eso acarrea para los artistas. Los años que hemos vivido han sido bastante desastrosos, siendo yo un privilegiado. Algo tiene que cambiar, la cuestión es cuándo y cómo; resulta complicado. En otros países europeos no sucede lo mismo, se entiende que el arte es una necesidad. Pero en España la cultura se considera como un producto de lujo”.
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