No hay 'speech elevator' en los 22 ascensores que segundos después de las ocho y media de la mañana serpentean por las 41 plantas de la Torre Iberdrola. Deprisa, deprisa. El hall con forma de lengua de gato del edificio creado por César Pelli se convierte en una pasarela de colores. El verde de las corbatas de Iberdrola, los trajes oscuros de tres de las cuatro grandes auditorías internacionales y el look más casual de las empresas que trabajan en el mundo digital se mezclan en un ejército variopinto de profesionales en el arranque de cada mañana, y dan vida al corazón económico del nuevo Bilbao.
Una City de 165 metros de altura que ha dejado pequeño al Guggenheim y en la que se plasma la apuesta 4.0 de una ciudad que, en 20 años, ha dejado para el recuerdo su espesa envoltura de humo y hollín para lucir con los reflejos de un enorme prisma coronado por el despacho del presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, y un helipuerto sólo utilizable por emergencias médicas.
Esta Torre emergió en 2007 con un proyecto en el que sus nueve primeras plantas acogían un hotel y las ocho últimas a Iberdrola. El estallido de la burbuja inmobiliaria obligó a Kutxabank a relevar a la cadena ABBA y el banco vasco tiene ahora en la Torre a sus expertos en gestión de activos financieros y su negocio de seguros. Seguros que junto a auditorías, inmobiliaria, asesorías industriales y la fabricante eléctrica Scheneider copan varias plantas.
Servicios industriales que se rozan con los proyectos de Viewnext (filial de IBM) para el desarrollo en la Cloud y con la implantación en la zona norte de Nespresso. Equipos mezclados con asesores de futbolistas como Podium Trade y traders como los de Willis, dispuestos a salir corriendo desde los vestuarios con mármol traventino por una nueva milla de oro que tiene su centro neurálgico en su Torre de aluminio y cristal.
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