«Nos gustaría, lo que pasa es que el Athletic tiene más de un siglo de existencia», responde sonriente a ABC Juan Ignacio Vidarte, director general del Museo Guggenheim Bilbao, cuando le preguntamos si el centro, que recientemente sopló 18 velas y alcanzó la mayoría de edad, es ya a la cultura lo que el Athletic Club al fútbol. «Me gustaría que dentro de un siglo el museo siga teniendo esa salud y siga aportando desde su parcela lo que el Athletic ha aportado a esta ciudad».
Que ambos se han convertido en iconos bilbaínos ha quedado, en todo caso, fuera de cuestión. «Que se haya logrado en período tan corto es un motivo de satisfacción y de orgullo. También de responsabilidad», admite Vidarte. «El público de Bilbao siente el museo como suyo, participa muy activamente, y eso para nosotros es fundamental. No somos alguien que ha caído del espacio», secunda la conservadora Lucía Aguirre.
Pero la trascendencia del museo va mucho más allá de los límites de Bilbao, Vizcaya y España. «Se ha consolidado como una institución cultural de referencia en el mundo», indica Vidarte. «Atrae todos los años más de un millón de visitantes, de los cuales más de dos tercios son extranjeros. Y eso es fundamentalmente gracias a que el museo ha diseñado una programación de calidad, que era su objetivo. Una programación no basada en la geografía, sino basada en la calidad y dirigida a una audiencia internacional, sin restricciones».
Visión innovadora
Inaugurado el 18 de octubre de 1997 por Don Juan Carlos, con el flamante diseño del arquitecto Frank Ghery, los cimientos de Guggenheim Bilbao, como recuerda su director general, se pusieron mucho antes, hace ahora un cuarto de siglo: «Un proyecto que en aquel momento era ambicioso, con una visión muy innovadora de lo que una institución cultural podía aportar a un proceso de transformación como el que estaba viviendo la ciudad de Bilbao».
En el momento de la inauguración, subraya Vidarte, «ya estaban puestos los mimbres, estaba construido el edificio, teníamos puestas las bases de lo que iban a ser las directrices de funcionamiento». Restaba lo más importante, aplicar esas directrices, «creando un nivel de programación de calidad que atrajera a un volumen de visitantes importante, que tuviera una repercusión internacional fuerte, que supusiera aportar algo que no existía en la escena museísitica no solo de Bilbao, sino de España en su conjunto».
¿Cómo se logró? «Creando una colección paulatinamente a lo largo de estos años. Y también poniendo en marcha una estructura de funcionamiento y un modelo operativo innovador, con una combinación de apoyo público con presencia privada, a través de la Fundación que se creó en aquel momento». Una combinación que permite a Guggenheim Bilbao ser líder entre las instituciones culturales europeas en nivel de autofinanciación, situado en torno al 64%. El resto procede de aportaciones públicas.
El museo cuenta con 113 miembros corporativos: 4 patronos estratégicos y 21 patronos, 13 empresas benefactoras, 19 medios de comunicación benefactores y 56 empresas asociadas. En paralelo, resulta clave la figura de los Amigos del Museo, colectivo compuesto por 16.749 personas, según los últimos datos, que contribuyen con sus donaciones. Cada año obtiene, de media, 30 millones de euros en impacto publicitario, y su efecto en la economía es palpable: en 2014 generó un gasto directo de 336,8 millones de euros; aportó al PIB 297 millones y a las Haciendas Públicas vascas unos ingresos adicionales de 45,7 millones; a lo que hay que sumar los 6.375 empleos a los que contribuye con su actividad.
Referente expositivo
Por encima de las frías cifras se encuentra el estatus alcanzado por el centro. «Cuando empezamos partíamos de la órbita Guggenheim, que siempre es importante, pero estos 18 años nos han servido para convertirnos en un referente a nivel expositivo. Las 130 obras que hoy forman parte de nuestra colección, y nuestras exposiciones y programa, han hecho que seamos un referente en toda Europa», afirma Aguirre en charla con este diario. «Trabajamos con instituciones como el Pompidou, la Tate, hemos trabajado con el Whitney, aparte del Guggenheim de Nueva York. Estamos en el circuito de los grandes museos de arte contemporáneo y moderno», amplía.
El centro viene de inaugurar las obras maestras de su colección y de crear una nueva política de programación, que plantea «un recorrido que, partiendo de la tercera planta, llega a la primera siguiendo un recorrido casi cronológico», de las obras maestras y de preguerra a los «fragmentos de contemporaneidad», pasando por las grandes exposiciones temporales.
En el museo tienen claro que la posición de referencia que actualmente ocupan obedece a un planteamiento ambicioso. «Es una condición “sine qua non”. Si los objetivos no son ambiciosos los resultados muy difícilmente lo van a ser. Hay veces en que un precipicio no se salta a base de saltos cortos, hay que saltarlo de una vez. Que la ambición tuviera esa dimensión ponía las cosas complicadas, lo hacía arriesgado, pero también es lo que ha hecho que podamos haber alcanzado esos objetivos», confirma Vidarte.
Mantener el riesgo
La clave, ahora, pasa por no estancarse. «Es parte de nuestro ADN, siempre mirando hacia delante y buscando nuevas vías, nuevos lenguajes. Innovar es parte de lo que somos. Si una institución que tiene 18 años se convierte en una institución cerrada, anquilosada... es tremendo», reconoce Aguirre.
«Para poder garantizar que dentro de 25 años siga teniendo la misma relevancia es imprescindible que siga manteniendo su espíritu de apertura, de riesgo, de innovación», apunta Vidarte. «La exigencia de los visitantes de un museo y las necesidades y lo que buscan en su experiencia hoy no es lo mismo que lo que buscaban hace 20 años. Es el reto del museo: ser capaz de adelantarse para ir satisfaciendo lo mejor posible esas exigencias».
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