miércoles, 22 de abril de 2015

Bilbao, de la mano de Unamuno





Corría el año 1908. Miguel de Unamuno era rector de la Universidad de
Salamanca desde 1900 y vivía con su familia en la casa que el centro académico ponía a disposición de su máxima autoridad, justo al lado de la célebre fachada plateresca. El intelectual vasco ya era una figura relevante en la ciudad castellana por su prestigio, su obra que empezaba a ser reconocida internacionalmente y su influencia en el mundo cultural y político. También era popular a otro nivel: todos le conocían y saludaban en sus largos paseos por la carretera de Zamora y en las tertulias en el café Novelty, en la plaza Mayor, y en el casino, a muy pocos metros de distancia. Un día, al llegar a casa, Unamuno cogió su pluma, se sentó en su despacho con vistas a la calle Libreros y empezó a destilar en palabras su añoranza de Bilbao. Así nació ‘Recuerdos de niñez y de mocedad’, el volumen que mañana repartirá EL CORREO para sumarse a la celebración del Día del Libro.
En el libro están igualmente sus maestros y el compañero de colegio que murió dejándolos a todos con el alma encogida. Figura también el entierro del muchacho, en el cementerio de Begoña. El pequeño Miguel llevaba una de las cintas del ataúd, de color blanco. Aún impresiona leer el relato de la marcha de la comitiva por las escalinatas de Mallona. Cuando aborda ese texto memorialístico, Unamuno tiene ya 44 años. Es padre de siete hijos -uno más murió con solo seis años y aún está por nacer el benjamín de la familia- y sin duda cuenta muchas veces en casa historias del bochito, como él llamaba a la Villa. Esos recuerdos están en ese libro en el que, con un inmenso cariño hacia la ciudad y sus habitantes, va desgranando, sin un orden aparente, escenas de la escuela, las excursiones por la Ría hacia el Campo Volantín, los carnavales, las procesiones de Semana Santa y los veraneos en la casa que su abuela tenía en Deusto. Hoy parecería una broma, pero cuando aún faltaban más de dos décadas para terminar el siglo XIX la distancia entre el Casco Viejo y el municipio tomatero era mayor, si no en kilómetros sí en la percepción de la gente.
El Unamuno trascendental y profundo de ‘Del sentimiento trágico de la vida’ y el vanguardista de ‘Niebla’ (ambos libros están escritos no mucho después) no son perceptibles en este relato ligero, articulado por la memoria y aderezado con un humor blanco y una notable capacidad de observación.
Hay páginas en las que se puede reconocer a los niños de ayer, de hoy y de siempre. Por ejemplo, cuando confiesa que la lista de verbos irregulares era un tormento, que de las clases de Historia solo se había quedado con anécdotas menores («en Calatañazor partió Almanzor su tambor») y en leyendas románticas pero alejadas de cualquier rigor científico, como la aparición de Santiago en la batalla de Clavijo. O cuando explica en qué quedó el saludo formal que les enseñaban en el colegio: donde debían decir «Buenos días tenga usted, ¿cómo está usted?», al final los niños solo pronunciaban algo que sonaba así como: «¡tas tas tas tas tas tausté!» Quienes sufren para entender lo que dicen, o a veces solo mascullan, sus hijos adolescentes verán aquí que esa costumbre de eliminar sílabas y unir palabras no es cosa de hoy.
Con el lanzamiento de la edición especial de este título, en un cuidado volumen de elegante diseño, EL CORREO festeja el Día del Libro y además concluye su propia celebración del 150 aniversario del nacimiento del vasco más universal. Una celebración que comenzó el pasado 27 de septiembre, con un número especial del suplemento cultural ‘Territorios’, que dedicó 20 páginas a rememorar la figura de Unamuno y analizar su gran vigencia tantos años después. Para los genios no pasa el tiempo.

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