Miguel de Unamuno decía que el mundo es un Bilbao más grande, y unas 70 personas, vinculadas a la agrupación Astintze, pudieron conocer ayer esa versión acotada del mundo a la que se refería el escritor de la calle Ronda. Una visita guiada por el catedrático José Antonio Ereño recorrió con mucho esmero los rincones en los que se forjó este bilbaino universal, descubriendo con especial atención las etapas de su niñez y juventud. Como no podía ser de otra manera, fue un itinerario que se desarrolló estrictamente por el corazón de la villa, ya que “Unamuno fue un hombre del Casco Viejo que no entendió el Ensanche”.
La asociación Astintze 53-70, formada en su mayoría por antiguos alumnos del seminario de Derio, había citado a los interesados en el teatro Arriaga y pronto pudo presumir de un poder de convocatoria excepcional. Esas 70 personas respondieron a una cita que buscada conocer el Bilbao de Unamuno de la mano de uno de los mayores expertos en la cuestión: José Antonio Ereño, catedrático de Historia en la Universidad de Deusto. Aunque cayó algo más que el “dulcísimo sirimiri” al que hizo referencia Unamuno, ni el mal tiempo ni algunos problemas con el micrófono pudieron aguar esta iniciativa.
Al acto acudió un público versado en la materia (se pudo ver a profesores universitarios, catedráticos o al primer presidente del Parlamento Vasco, Juan José Pujana), aunque la voz cantante la llevó Ereño. El historiador consideró que la infancia de Unamuno pudo condicionar en gran medida el pensamiento que le haría universal. “Le gustaba repetir la frase de Wordsworth según la cual el niño es el padre del hombre”, explicó.
Esta infancia que ayer se recordó, comenzó en la calle Ronda en 1864, donde una placa recuerda su nacimiento, y continuó al poco tiempo de nacer en la calle de la Cruz, aunque no exactamente en el lugar en el que otra placa indica que pasó parte de su infancia. Ereño explicó que la propia elección del lugar en el que la familia Unamuno-Jugo viviría tuvo a la postre influencia en el pensamiento del autor dePaz en la Guerra. Entre sus vecinos estaban Telesforo Aranzadi y su familia, con quienes estaban emparentados, o el pintor Antonio Lecuona. Miguel de Unamuno incluso llegó a posar para este artista y a través de él pudo conocer a Antonio Trueba y a Jose María Iparragirre.
En la iglesia de los Santos Juanes, donde fue bautizado el gran filósofo y escritor, Ereño insistió en delimitar cuál era el Bilbao de Unamuno, un micromundo “que no pasaba más allá del puente del Arenal”. “En sus diferencias y su cierto rechazo hacia el Ensanche se reflejaba la enemistad tradicional en Bizkaia entre la villa, que era el Casco Viejo, y la anteiglesia, que en este caso era Abando. Él venía de una tradición liberal y para él la anteiglesia representaba el carlismo”, explicó.
El propio entorno de las Siete Calles, ayer plagado de paraguas, le ofreció en su infancia un paisaje urbano propicio para la efervescencia propia de la juventud que reflejó en Recuerdos de niñez y mocedad: “Se sentía a gusto en las calles del Casco Viejo, muy adecuadas para las andanzas de los chavales de la época en Bilbao”. En este escenario, el catedrático de la Universidad de Deusto recordó la figura del padre de Unamuno, que llegó a Bilbao procedente de Bergara tras pasar un largo periodo en México y fue concejal en el Ayuntamiento de Bilbao, descubriéndose como “un liberal avanzado”. Algo diferente era su madre, oriunda de Zeberio. “Se trataba de una mujer muy religiosa que había tenido una buena educación y a la que su hijo le tenía un gran respeto”, añadió.
Entre la plaza Nueva, la calle de la Cruz, Ronda o Correo, José Antonio Ereño también recordó algunas de las trastadas del joven Unamuno, su crisis de 1897, el periodo en el que se acercó a una idea muy humanista del socialismo o la nostalgia por su “bochito”. Un pequeño universo que ayer se pudo volver a respirar por momentos.
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