Probablemente desde que a Bernie Taupin y a Elton John, aquel amigo ciego llamado Daniel —sí, el de su famosa canción— les dijera que España era el lugar más maravilloso que conocía, el músico y su letrista poeta de cabecera le cogieron gusto al sitio y no han dejado de venir. Ayer, concretamente en Madrid, iniciaba gira John, con parada hoy en Bilbao y el 6 de diciembre en Barcelona.
Sobria pero contundentemente, durante dos horas y media, puntual, quiso recordar con sus seguidores el 40 aniversario de su glorioso disco Goodbye Yellow Brick Road, un hito al que da John nuevos bríos, animado por su capacidad para la reinvención.
Con la cuenta de su creatividad pagada de sobra en los setenta y un pico más en los ochenta, Elton John sabe que goza de capital y bagaje para refrescar viejos temas y hacerles parecer nuevos sin perder un aroma bien ganado de inmortales. Pero no crean que el músico se decanta por el lado blandengue. Si al artista se le puede achacar sobreexposición en revistas del corazón corriendo el riesgo de hacerle parecer almibarado, sobre el escenario, con la compañía de cinco músicos excepcionales, el inglés endurece su patrimonio hasta acercarse más al metal y al rythm & blues, con la excepción de algún pecado como la pedorrilla Sacrifice.
Sus versiones de Tiny dancer, sin embargo, una canción que podía fácilmente caer en la insoportable domesticación de concursos como La voz, gira de manera tan natural como sorprendente hacia el terreno del hard rock. Lo mismo que la ahora hipnótica Rocket man,ejemplo de inagotables posibilidades para su buen gusto. O Benny and the Jets, o Levon, muestras de eficacia y virtuosismo, lo mismo que I’m still standing, Saturday’s night al right for fighting o Burn down the mission.
Una de las ventajas de creerse grande es que a lo mejor te da por ceder protagonismo. Esa fue otra de las virtudes que nos dejó Elton John —recién operado de rodilla la pasada semana y pidiendo perdón por su movilidad parcial— ayer en un Palacio de los Deportes abarrotado. De azul con lentejuelas, su generosidad con los miembros de la banda fue proverbial. Desde el piano, entabló diálogos fascinantes con la descomunal guitarra de Davey Johnston al tiempo que animaba a que le siguieran el embalado ritmo de sus manos sobre el piano.
Aunque se agradeció que, antes de la chispeante y roquera recta final, brillara el músico junto a su aristocrático teclado de cola. Podríamos otorgar a Elton John haber elevado las posibilidades de un instrumento total en el campo del rock and roll, donde muchos han arrinconado sus inagotables posibilidades. John ennoblece con altura el piano. Tuvo que ser el chico que a los 11 años consiguiera una beca en la Royal Academy of Music quien lo entronizara a lo más alto de la nueva cultura musical pop acompañando su voz de contundente barítono —y hoy a pleno rendimiento— con obras maestras que no faltaron ayer como Your song o Don’t let the sun go down on me.Uno puede retirarse tranquilamente después de parir eso. Menos mal que no le dio por ahí y podemos aún disfrutarle a los 67 en su intensa, explosiva y lírica vitalidad.
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