Desde la terraza del séptimo piso del Hotel Grand Domine, contemplamos la extraordinaria arquitectura del Museo Guggenheim, con sus sensuales curvas de titanio y acero, que recuerdan las formas de un gran buque. Nos conmueve esta visión pues, como dijo su creador, el arquitecto Frank Gehry, “La arquitectura no se trata de palabras sino de lágrimas”. En 1997 abrió sus puertas mientras que Gehry, de 68 años de edad en aquel momento, sollozaba de emoción ante su grandeza. La mayoría de los 52 expertos que respondieron a una encuesta de Vanity Fairafirmaron que el Guggenheim de Bilbao es la obra cumbre de la arquitectura desde 1980 hasta el presente.
El “Efecto Bilbao” es ya conocido mundialmente como el poder que tiene la arquitectura de regenerar una ciudad. Desde que abrió el Guggenheim, Bilbao, que fue una ciudad posindustrial bastante fea, se transformó como el patito del cuento en un bellísimo cisne. Sir Norman Foster (Metro de Bilbao), César Pelli (Torre Iberdrola) Santiago Calatrava (Puente Zubi Zuri y el Aeropuerto), y otros prestigiosos arquitectos han contribuido a su embellecimiento.
Pero Bilbao es mucho más que su arquitectura avant-garde y el Guggenheim. Es el tipismo que cultivan los vascos, su orgullo de conservar tradiciones milenarias. Es su Casco Viejo, sus antiguas Siete Calles, su txikiteo de bar en bar para probar pintxos; el Teatro Arriaga (1919), de majestuosa fachada barroca; sus hermosos puentes; el Bilbao moderno del Ensanche; la Estación de la Concordia de estilo Art Nouveau, donde para el tren Transcantábrico (la respuesta española al Orient Express); su Catedral de Santiago (s. XIV); la Alhóndiga Bilbao (centro cultural creado por Philippe Starck), el Parque de la Ribera con esculturas; y su Museo de Bellas Artes, el segundo de España, con 7,000 obras.
Se puede llegar a Bilbao por avión desde Madrid o al Puerto, como uno de los 200,000 pasajeros que visitan la ciudad en crucero. Algunos se quedan más de un día, lo cual permite visitar Bilbao y zonas cercanas de mucho interés. El que llega por mar debe comenzar la visita en Getxo (a solo 15 minutos del centro de Bilbao). Almorzamos en Parrillas de Mar, restaurante de mariscos y pescados, con vino Txakolí y vista a la marina del Puerto Deportivo y luego visitamos el Puente Colgante o Puente de Vizcaya de Portugalete, diseñado por Alberto Palacio en 1893, y construido por un admirador de Eiffel, el francés Ferdinand Arnodin. De 61 metros de altura y 160 metros de longitud, este puente sobre la ría de Bilbao cuenta con una barquilla transbordadora para transportar vehículos y pasajeros. Ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Paseamos en auto por los barrios señoriales de Getxo, el cual comenzó en el siglo XII con el Monasterio de Santa María. En el siglo XIX la élite bilbaína veraneaba y luego residió en Las Arenas. En 1904 surge Neguri, pequeña ciudad-jardín, y se crean importantes clubes sociales. Son muy hermosos el Palacio de Santa Clara (1902), el Palacio Consistorial (1917), el Palacio Sangróniz, Villa Eugenia, la Casa Rosada, y la Iglesia de los Padres Trinitarios (1888). En el pintoresco Puerto Viejo de Algorta, antiguo barrio de pescadores, admiramos las casas blancas y de alegres colores sobre las rocas, que parecen salidas de libros de cuentos.
Para llegar al Museo Guggenheim atravesamos el Puente de la Salve (1972), teñido de rojo gracias a un proyecto del artista francés Daniel Buren. La vista desde ese puente es impresionante y su aspecto artístico lo conecta bien con el museo. En el Guggenheim disfrutamos de la interesantísima retrospectiva de la obra de George Braque. Al contemplar sus obras de etapas fauvistas, cubistas y otras, comprobamos que un gran artista no repite fórmulas que venden bien sino que experimenta y evoluciona. La exposición de Yoko Ono resultó interesante pero no logró inspirarnos ni remotamente como la de Braque.
La colección permanente del Guggenheim incluye obras de Eduardo Chillida, Antonio Saura, Antoni Tapies, y Andy Warhol, entre otros. Son impresionantes las monumentales esculturas de Richard Serra, un laberinto de enormes curvas de acero donde a veces nos perdimos. En la terraza del museo nos retratamos delante de los Tulipanes de Jeff Koons, un bouquet multicolor de globos de acero en forma de flores de enormes proporciones. Admiramos Mamam, gigantesca escultura en forma de araña realizada en bronce, mármol y acero por Louise Bourgeois. Como todos, nos retratamos frente al famoso Puppy de Koons, gigantesca escultura de un terrier, cuyas flores cambian según la época del año.
Caminamos hasta el Casco Viejo, visitando la Plaza Nueva (1851), de estilo neoclásico, y disfrutamos de zuritos de cerveza, pintxos de bacalao al pil pil, foie con manzana, jamón ibérico, y otras delicias. Sentados en la plaza, nos deleitamos al mira a los niños jugar y correr. Luego almorzamos en Serantes un pescado relleno de txangurro (langosta).
Recorrimos también la Gran Vía, la principal calle de Bilbao, admirando hermosos edificios, tiendas de famosos diseñadores y los Jardines de Albia. Nos encantó la Plaza Moyúa, rodeada de impresionantes edificios, donde se encuentra el clásico Hotel Carlton y una imponente entrada al Metro –un Fosterito– llamado así en honor de Sir Norman Foster.
Viajamos a la Rioja Alavesa y en la villa medieval de Elciego visitamos las famosas bodegas de Vinos de los Herederos del Marqués de Riscal. Es fascinante ver antiquísimas botellas como la que probó Gehry en las históricas bodegas de 1858. Luego comimos en el restaurante del hotel creado por Gehry. Inaugurado en el 2006, el hotel es otra obra maestra de paredes asimétricas, altos techos de titanio color rosa (reflejo del vino), oro y plata, con 43 lujosas habitaciones y suites. Es un eco maravilloso y romántico del Guggenheim.
La extraordinaria degustación de gastronomía vasca, acompañada de magníficos vinos de Marqués de Riscal, incluyó Sarmientos (colines de queso), caviar de Rioja, croquetas, un polvo de hierba fresca (crema de queso de oveja, polvo helado de foie gras), espárrago blanco con textura de almendra tierna con perrechicos, merluza sobre pil-pil de patata, chuletillas a la brasa, uvas bajo el hielo (cocinadas al vino tinto), queso de cabra Camerano, y otras maravillas.
Por la tarde visitamos la cercana Laguardia, encantadora villa medieval donde se encuentra la Iglesia de Santa María de los Reyes (siglo XIV) con un excepcional portón policromado. Subimos a la torre del siglo X y paseamos por las calles donde en el siglo XVIII nació el fabulista Félix María de Samaniego.
Es fácil ir de Bilbao a San Sebastián, elegante ciudad que fue el lugar de veraneo de las Reinas Isabel II y María Cristina en el siglo XIX. Famosa por su Festival de Cine, cuenta con famosas playas tales como la de la Concha. Por sus estrechas calles encontramos excelentes bares de pintxos, y almorzamos en el renombrado Bodegón Alejandro. Desde la escultura El Peine del Viento, de Chillida (nacido en San Sebastián), contemplamos las amplias playas. Para una privilegiada vista de la ciudad hay que subir a la cima del Monte Urgull, y ver la estatua del Sagrado Corazón, del artista Federico Coullat, de 12 metros de alto.
En el Museo de Cristóbal Balenciaga de Getaria, admiramos los fabulosos vestidos creados por este gran diseñador vasco para las grandes personalidades de su época, desde los primeros de 1917 hasta los elegantísimos diseños de los años 1960. Muy amena fue la visita a Gernika, donde nació la democracia en España, y vimos la copia del mural de Picasso que lleva su nombre.
La gastronomía internacionalmente conocida del País Vasco es una de las principales razones para visitarlo. Muchos de los más mundialmente admirados restaurantes están allí, tales como Azurmendi (tres estrellas Michelin), y los de una estrella Michelin: Etxanobe, Etxebarri, Mina, Nerua, Zortzio y el restaurante Marqués de Riscal.
En fin, la oferta turística del País Vasco es verdaderamente extraordinaria y, aunque volvamos una y otra vez a Bilbao, nunca dejamos de descubrir un nuevo encanto de esa seductora ciudad donde “las calles respiran arte”.•
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