El que durante muchos años fue el Puente Colgante de Portugalete se alza imponente como si de una puerta o arco del triunfo se tratara. Este puente transbordador es Patrimonio de la Humanidad desde 2006 y es capaz de llevar tanto vehículos como viandantes en su barcaza. No en vano fue el primer puente de este tipo construido en el mundo, entre 1887 y 1893. Como tantas otras construcciones, durante la Guerra Civil se ordenó que fuera inutilizado para frenar el avance de las tropas enemigas por lo que tuvo que ser reconstruido en 1941. Uno de sus atractivos actuales, más allá del uso diario como medio de transporte, es la posibilidad de pasear por lo alto del arco del que cuelga la barcaza, a 60 metros de altura.
El puente viejo de Balmaseda
Sobre el Cadagua, el paso románico de la Muza es un verdadero capricho. La vista que ofrece, si se mira desde el centro de la villa encartada, es muy apreciada por los amantes de la fotografía. Paso inevitable en el antiguo camino de Castilla, fue la única unión entre el mar y la meseta durante mucho tiempo. La torre, construida bastante después que el arco sobre el río, se encarga de recordar el peaje, incluso arancel, que se exigía por entrar al Señorío.
El giratorio de Ondarroa
Esta pasarela peatonal conocida como el puente 'de la playa' la construyó la Diputación en 1927, por la importancia que en la vida moderna se concedía a los arenales, según un estudio realizado por el ondarrés Salbador Ariztondo. En su día tenía un sistema eléctrico que permitía abrirlo en solo dos minutos cuando el paso de un barco lo requería. Un lujo que no resultó barato, de hecho, se cobraba peaje por cruzar. Hoy, tiene que rivalizar con el cercano diseño de Calatrava, pero los blancos tirantes del valenciano poca sombra le pueden hacer a esta maravilla, única en España, y uno de los pocos de estas características que quedan en el continente.
El de Mantible, en Lanciego
Joya clásica y lógicamente sujeto a la discusión de si es un puente romano o 'falso romano' (los construidos siglos más tarde pero que la costumbre popular convino en envejecerlos), el de Mantible es en realidad la ruina de un imponente puente de siete arcos de medio punto y 164 metros de longitud sobre el río Ebro. Visitarlo es un ejercicio de imaginación en el que uno se transporta a otra época. Como él, en Álava son varias las construcciones de las que solo se mantiene una pequeña parte, como en Bitorika (Llodio). Sirvan de ejemplo en esta lista por todos los pasos que no han sobrevivido al paso del tiempo.
El de Luna, en Kuartango
El puente de piedra de Zubibarri es una aparición insólita. Completamente seco en verano, ya que se trata de un vado de invierno del arroyo Luquillo, este lugar profundamente marcado por la erosión parece más el escenario de una película aventuras espaciales que el cauce de un río vasco.
Paso ferroviario de Ormaiztegi
Pensada para que circularan trenes sobre él, se puede visitar gracias a los recorridos que organiza el Museo Zumalakarregi. Ahora, hay otro puente paralelo a este por donde viajan los convoyes, pero durante muchos años (se levantó en 1863) esta obra en acero laminado del ingeniero Alexander Lavalley fue clave en la conexión ferroviaria entre Madrid y París. No hay lugar para el ornamento en él. Es un fantástico ejemplo de la arquitectura pensada para un fin y de cómo la mente humana logró dominar un vacío de 291 metros y medio de largo y 34 de profundidad. Los imposibles dejaron de ser tal gracias a personas como Lavalley, uno de los discípulos del maestro Eiffel.
Puente de la Zurriola sobre el Urumea y otro puentes urbanos de Vitoria y Bilbao
Es una de las estampas típicas de San Sebastián. Elegante, coqueto, tan romántico pegado al mar. Como la ciudad. Sus farolas le dan una aspecto especial, sobre todo de noche. Sencillo, una pasarela de hormigón con cuatro vanos, nos recuerda la importancia que los puentes tienen en las ciudades. En parte ornamentales, básicamente funcionales de la media docena de pasos que hay sobre el río Urumea también hay que señalar el de María Cristina (para algunos más bello que el de la Zurriola) con sus cuatro obeliscos monumentales asimilares a los del puente de Alejandro III de París.
En Vitoria, donde el río no interfiere tanto en la vida de la ciudad como en las otras dos capitales vascas, se encuentra el puente escultórico que une el barrio de Abetxukoa a la urbe y cuyo tablero tiene una calzada con cuatro carriles para vehículos, dos para ciclistas, una zona central para el paso de dos vías de tranvía y dos aceras peatonales.
Finalmente Bilbao con su ría que ha ligado íntimamente la villa a este tipo de construcciones. Del puente de San Antón, emblema de la villa y posiblemente anterior al nacimiento de la misma en el 1300, a la moderna pasarela Arrupe, que conecta con la Universidad de Deusto, las dos orillas del Nervión se mantienen unidas gracias a nueve pasos, todos ellos con algo especial. El viaducto de Miraflores para el tráfico rodado por su tamaño y altura, los clásicos de la Merced, el Arenal,y el Ayuntamiento, el polémico Zubizuri de Calatrava, el remozado y gracias a Daniel Buren artístico puente de la Salve (oficialmente de los Príncipes de España) y el magnífico trabajo de ingeniería que es la pasarela levadiza de Deusto más los ya mencionados de San Antón y Arrupe. Imaginar Bilbao sin estos puentes sería imposible.
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