LA MUESTRA '55 EN KRISIS' EXPONE EL TRABAJO DE CREADORES NUEVOS CON APORTACIONES DE LOS MÁS EXPERTOS
XABIER SÁENZ DE GORBEA -
LA programación tiende a languidecer durante los meses de verano, época en la que disminuye el ritmo expositivo. Suelen ser buenos momentos para la revisión, con el doble objetivo de mirar hacia lo hecho y de reflexionar sobre lo que está por venir. La muestra 55 en Krisis tiene tanto de lo uno como de lo otro. Junto a obras de artistas nuevos expone aportaciones de los creadores que, durante el primer año de la galería, han ocupado el espacio, caso de Fernando Biderbost, Imanol Marrodán, Santiago Rodríguez del Hoyo, Ramón Pérez o Iñigo Arregi. Un conjunto plural que está protagonizado por obra de pequeño formato.
La mayoría de los autores son conocidos, pero también hay presencias inéditas que reúnen experiencias muy distintas. No hay otra tesis que la de articular en el espacio la presencia viva del dibujo. Práctica artística en sí misma, más que como el punto de partida para la producción en otros formatos y materiales. Un procedimiento no restringido a lo lineal y que se amplía hasta las más distintas mixturas y disciplinas.
Hay creadores que provienen de Gipuzkoa y se sitúan entre los renovadores del telurismo antropológico de la Escuela Vasca, caso de Vicente Ameztoy, Ramón Zuriarrain y Rosa Valverde. Alarde de extensión del imaginario, cuyas bases son de raíz onírica y lúdica que tienen un punto de ironía y chiste. También destaca el discurso gestual y cromático de los homúnculos de Bonifacio Alfonso.
José Ramón Sainz Morquillas está presente por partida doble. Con obra propia donde enmarca un proyecto y con el doble retrato que le hace Felipe Uríbarri. Una especie de recordatorio que tiene como telón de fondo el problema del artista con el Museo y donde se pregunta ¿dónde están los historiadores del arte? Y es que sigue sin resolverse el contencioso. Resulta poco comprensible que una institución que está para velar por el arte se encargue de reducir la posibilidad de existencia de un autor por el que se había apostado e iba a hacer una individual.
Las mujeres son minoría. Entre ellas está Blanca Oráa, cuya presencia está siendo muy activa en la última década. Su obra deja atrás lo intimista para adentrarse en planteamientos más comprometidos y políticos donde muestra lo que parece una rueda de prensa de encapuchados con trajes blancos. También hay que referirse a la trascendencia de la obra de la pintora Inés Medina, cuya cosmogonía resulta una sensible introspección en el universo del paisaje. A su vez, Barbara Stammel propone un otro acercamiento a la figura humana femenina, dándola una visibilidad distorsionada y no exenta de problemas.
La teoría de lo epigonal que caracteriza el trabajo de los hermanos Roscubas tiene su continuidad en la autorreferencia. La obra de Vicente hace balance y revela la expresiva modulación de la señorita de Moitessier de Ingres junto a la abstracción matérica, uniendo brillantemente pasadas experiencias personales. La de su gemelo Fernando es un collage de elementos y referencias, aunando textos e imágenes publicadas, figuración y abstractas bandas paralelas de colores que se suceden.
Oscar Vautherin problematiza su obra. Mientras que una figura humana lleva escrito el grafiti Son dos días, de la cabeza de una oveja sale un bocadillo que dice, "Seguimos amamantando la usura blanca". El humor siempre es una buena salida ante la crisis humana y social que acontece. Así ocurre en el juego visual y de palabras de Una sor presa que ha efectuado Zuriarrain. Pablo Milicua muestra a un ser siempre comunicado que dispone diversos artilugios, como unos catalejos que salen al encuentro y un embudo a modo de oído que recibe lo que ocurre a su alrededor. El Manchas ofrece su percepción sobre la quiebra de Marsans y aporta un recorte de periódico que recoge la noticia, cuyo titular habla de viviendas de 600 metros cuadrados, sobre el que ha dibujado la figura de quien tiene una caja de cartón sobre la cabeza. Asimismo, hay sustratos de tensión en otras muchas obras donde el misterio es palpable. Es el caso de la enigmática figura ausente de Josué Mª Pena o de la ambigua forma que lleva a cabo Luis Candaudap, cuyo moteado remeda la piel de un animal salvaje.
La muestra pone en evidencia diversos modos de entender la práctica artística, con una presentación que hace partícipe de la complejidad. Al colocar las obras a diversas alturas y muy próximas entre sí, se propone el fuego cruzado de los diálogos entre las obras. La experiencia de un eclecticismo que convierte las miradas en percepciones dinámicas.
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