LA Paz y la Palabra, ya lo intuyó Blas de Otero, son dos conceptos tan íntimamente unidos, que inseparables. Los que hoy, amparados en impúdicas y espurias leyes a la carta, niegan la palabra, en aplicación de una rara especie de sanción preventiva sin delito previo, a aquellos que la están pidiendo, no están haciendo otras cosas que perpetrar una encubierta declaración de guerra, y que abrir paso al obsceno, aberrante y criminal lenguaje de los revólveres y el coche-bomba. Los que hoy, argumentando falaz e hipócritamente querer salvaguardar la Democracia, se afanan en urdir mordazas, serán mañana los cómplices de la extorsión y el asesinato, las nauseabundas plañideras venales que, en tanto las lloran de cara a la galería, en su fuero interno, estarán celebrando las víctimas con regocijo
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